El astuto
arcipreste de Hita, al que la vida había adiestrado en el noble arte de
enunciar grandes verdades con la ligereza aparente de quien expele tontunas,
manifestó en el siglo XIV que en lo pequeño era donde se podían encontrar las
más altas maravillas. Y para demostrar su tesis hablaba de los perfumes, de las
piedras preciosas y de los pájaros de canto más seductor. Si el bueno de Juan
Ruiz viviera ahora tal vez ampliaría la enumeración a las editoriales pequeñas,
donde en los últimos años están siendo descubiertos una serie de autores que,
con la maravilla de su estilo y con el aire fresco de su imaginación, están
renovando el panorama de la narrativa española de principios del siglo XXI.
Tal es el
caso del sello Calambur, que no sólo apuesta por voces consagradas (como Félix
Grande, Juan Pedro Aparicio o Ambrose Bierce) sino que tiene el gran coraje de
publicar a gentes como Daniel Ruiz García, del que editó este Chatarra en 1997 (cuando el autor rozaba
los veinte años). Una década más tarde la excelente pieza volvió a los
escaparates en su segunda edición, después de que el director de cine Rodrigo
Rodero la convirtiese en un cortometraje premiado dentro y fuera de España.
Ya desde
la primera página advertirá el lector que no se encuentra ante una obra
“normal”, sino ante un ejercicio de fluencia, ante un río de lava narrativa que
bulle, se ondula, avanza y produce asombro. Mediante frases muy cortas que se
van engarzando con abundancia de nexos y yuxtaposiciones, el autor nos va
empujando a través de un turbulento episodio de violación: Irene, la hija del
minero Augusto y de la desequilibrada Mercedes, aparece muerta en el río, con
evidentes signos de abuso sexual, una semana después de que su hermano
Demetrio, un retrasado, se arrojase (o fuese arrojado) desde lo alto de un
campanario. Imaginen la perplejidad del pobre sargento del pueblo, desbordado
por la magnitud del episodio; y traten también de imaginar cómo encaja la
llegada de un inspector y de varios policías que, desde la capital, vienen a
conducir la investigación. Introduzcan en ese turbio y letal cóctel a la mejor
amiga de Irene, la tímida Margarita; a Jacinto, el novio de la chica muerta; a
Joaquín, el ambiguo e inquietante encargado de la funeraria; y al turbión de
vecinas y curiosos que, desazonados, rodean a los protagonistas del suceso; y
añadan, sobre todo, la presencia de docenas de frases que podrían ser versos
(“Qué importa la vida si la luna no te tiene respeto”).
El
resultado es fácil de resumir: una novela talentosa e inteligente, muy
recomendable.
1 comentario:
En cuanto he llegado al punto de una lectura no normal me ha dicho ¡Tate, para ti, llévatelo hermosa!
Y eso he hecho 😉
Besos 💋💋💋
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