Hace ya
bastantes años, la obra El enfermo
epistemológico, de José Ignacio Nájera (Xauen, Marruecos, 1951), obtuvo el
premio de novela Pío Baroja en el País Vasco; y aunque posteriormente sobrevino
una aparatosa polémica con aquella concesión la obra fue al fin publicada por
la Editora Regional de Murcia, en su colección Textos Centrales.
Dos
figuras centran el relato: J.U., un pintor que ha cautivado a la crítica más
avanzada con sus propuestas libres, explosivas y roturadoras de nuevos caminos,
y que se encuentra exponiendo en Madrid cuando la acción de la novela arranca;
y, sobre todo, su hermano, un delineante atacado por el virus del
existencialismo, que descree de toda forma de religión (“A favor de Dios se
exaspera uno tanto como en su contra”), que cosifica la ritualidad erótica
hasta unos límites casi vertiginosos (“Del acto sexual sólo me ha interesado la
mecánica, el frotamiento, y no esa baba que rezuma el cerebro y que la gente
llama ternura”) y que, buscándole las costuras a la vida, como un Johnny Carter
cortazariano, cae en la zozobra, la desesperación fría y el sartrianismo: no
hay explicaciones, no hay motivaciones, todo nuestro existir es una gelatina
que no podemos aprehender. A ese delineante lo asaltarán todos los maremotos
emocionales que él mismo quiere construirse: el sexo más sórdido con su
asistenta Warda; el acecho innumerable de las cucarachas que van a apareciendo
por su piso; la separación paulatina de su mundo intelectual anterior, que
ahora sustituye con sucedáneos (“Me refugié en Schopenhauer y en algo de
Nietzsche y sentí como que se me estabilizaba la desesperanza y que ya no
galopaba tan rápida. Y sobre todo poco a poco me fui apuntalando con el
alcohol, más vino y menos cerveza. Luego ya no leí nada y todas las llamadas verdades
me empezaron a aparecer como leprosas”); etc.
Ese
camino de perdición llevará a nuestro hombre al despido laboral (su jefe, un
arquitecto con altas dosis de paciencia, decide no tolerarle más sus retrasos y
su desidia), a los comedores de beneficencia, a la mendicidad y a las mil
ciénagas de otra índole, que la novela nos va detallando y que nos entregan el
retrato íntimo de su vagabundajes interior y exterior, hasta desembocar en un
final tan abierto como imprevisible e impactante.
El enfermo epistemológico no es
una novela en la que el surco argumental sea demasiado hondo, ciertamente, pero
sí que son intensas las semillas filosóficas e ideológicas que en ella se
vierten por parte del autor. Que nadie busque en estas páginas una historia
galvánica o llena de peripecias; pero sí una novela centrípeta, profundamente
meditada y con un alto valor intelectual.
1 comentario:
Será que vengo de familia de agricultores pero lo de las semillas filosóficas me ha llegado 😁
Lo anoto, besos 💋💋💋
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