Si
consultamos el mundo inabarcable de Internet descubriremos que Bernd Freytag
von Loringhoven fue un prestigioso militar alemán, un respetado hombre de la
diplomacia internacional y, en sus últimos años de vida, un alto dirigente de
la OTAN. Pero lo que no suele pregonarse con tanta frecuencia de este singular
personaje es que gozó de un curioso privilegio histórico, que él mismo nos
detalla en la página 8 de este libro: “Durante nueve meses, del 23 de julio de
1944 al 29 de abril de 1945, tuve la ocasión, muy rara para un joven oficial,
de ver a Hitler casi todos los días. En efecto, como asistente del inmundo
jerarca nazi, Loringhoven pudo asistir a la progresiva decadencia de Hitler, a
sus achaques, a sus melancolías, a sus sueños absurdos, a sus proyectos y a sus
vacilaciones. A partir de 1948, acabados para Loringhoven los interrogatorios
de los aliados, comenzó a anotar en unos cuadernos todos los detalles que
recordaba de su etapa junto al Führer; y casi sesenta años después, gracias a
la insistencia del periodista François D’Alançon, esos cuadernos se
convirtieron en un libro, que la editorial Crítica publicó en España.
¿Qué
imagen nos ofrece el autor del personaje retratado? Pues negativa, claro está.
Nos dice que fue un hombre acomplejado y con graves fisuras en su personalidad
(“Necesitaba tener siempre a su alrededor un auditorio que le estimulara”,
p.67), que llegó a sus momentos finales en un lamentable estado físico
(“Deambulaba con paso cansino, blanco como el papel, con el brazo tembloroso,
enfermo y decrépito”, p.133), que había cambiado el horario por completo (“No
se levantaba hasta mediodía”, p.74) y que, huérfano de amigos, siguió
ejerciendo hasta su muerte una estricta autocracia (“Le repugnaba compartir la
más mínima porción de poder y se dedicaba a alimentar una división permanente
entre su subordinados”, p.69).
¿Y cuál
es la visión que de sí mismo nos regala Bernd Freytad von Loringhoven? Pues una
altamente angelical. De nada se disculpa, pues considera que nada hizo durante
la Segunda Guerra Mundial que fuera reprobable. Y además procura mantenerse en
un cuidadoso equilibrio moral, que lo deje limpio de todas las
responsabilidades: ni participó en la colocación de la bomba contra Hitler en
1944 (p.37), ni supo jamás de los campos de exterminio (p.60), ni perteneció
siquiera al partido nazi. Ni amó a Hitler ni lo odió; ni mató a nadie ni deseó
hacerlo. Sólo sirvió a su patria con honor y con orgullo. Una enorme blancura,
tan inmaculada como sospechosa.
En todo
caso, el valor documental de este libro es soberbio, y nos ofrece un retrato
completo de la agonía del nazismo, aquel cáncer horrendo y abominable que llenó
de pústulas la piel del siglo XX.
1 comentario:
El valor documental será impagable pero la verdad es que me da hasta yuyu, me ha recorrido un escalofrío nada más ver la portada 😖😅
Besitos cielo 💋💋💋
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