Ignoro
cuántas veces he leído este libro (unas veces, para explicarlo en clase; otras,
por puro placer), pero sí que recuerdo perfectamente la sensación nítida que he
tenido al acabar cada lectura: no sé qué decir de estos poemas. Aludir a la
melancolía, al paso del tiempo, a la perfección de su música, a su elegancia
léxica, a sus encabalgamientos, a su perfil clásico, incurre en la fatiga: mil
veces ha sido dicho, por voces más autorizadas que la mía. Deslizarse hacia
terrenos algo más tangenciales (sus homenajes a Donizetti, Homero o Leopardi)
tampoco aportaría gran cosa a la intelección del volumen. Buscar un ángulo
inexplorado se me figura maniobra más centrada en el lucimiento crítico que en
el éxtasis lector.
¿Callarse,
entonces?
Bien,
callarse entonces. Por qué no. Decir que me siento atravesado por el soplo
lírico de este autor; que las composiciones “Desde aquí”, “En mitad de la
noche” o “Sobre la experiencia” podría aprendérmelas de memoria; o que siento la íntima verdad profunda de lo
dicho en estos poemas. Y ya está. Nada más es necesario, porque cualquier
juicio sería menos valioso que las palabras mismas de Eloy.
La
humildad de permanecer en silencio, sentir los ojos húmedos y saber que las
volveré a leer muchas más veces, hasta que llegue la Sombra.
1 comentario:
Qué no nos pille la Sombra pues sin haberlo leído al menos una vez.
Besitos 💋💋💋
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