Me he
leído una obra de teatro que me ha dejado igual que estaba. Se trata de la
pieza Eloídes, de Jerónimo López Mozo
(Visor, Madrid, 1996). ¿Brillantez que presentan sus páginas? Cero.
¿Aportaciones psicológicas o argumentales que nos trasladan? Ninguna. Así que,
a riesgo de parecer cruel o sarcástico, pregunto: ¿éste es el maravilloso
legado de los autores que iban a sustituir o suceder a Antonio Buero Vallejo?
Un tipo
que se queda sin trabajo, es expulsado de casa por su mujer y cae (tópico
infumable) en una espiral de degradación que incluye la mendicidad, el rastreo
por las papeleras, el robo a un compañero, el manejo insensato de la navaja y
hasta la cárcel. Incluso la última frase de la obra, que se pretende honda y
conmovedora (“¡Me da miedo la calle!”), queda falsa en labios del protagonista,
porque suena a melodrama de plastilina.
Una
pérdida de tiempo.
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