Lo he
intentado varias veces y reconozco, con humildad y también con forzosa
resignación, que me ha resultado imposible. Quería redactar una reseña donde
quedasen reflejadas las líneas maestras de este asombroso, lúcido, memorable poemario
que Ángel Paniagua acaba de ver publicado en la editorial Raspabook; y fui
observando las palabras y frases que anoté con lápiz en los márgenes del
volumen, al hilo entusiasmado de la lectura. Allí encontré “balance”, “cómputo
de decepciones”, “contaduría de fracasos”, “melancolía”, “amores perdidos” o
“mirada lánguida”; allí encontré paisajes al otro lado de la ventana, música de
Bruckner o Scarlatti, rayas en el cuarto de baño, cicatrices que se acarician
con tristeza, barro acercándose a la boca, vanas esperanzas erosionadas por el
viento; encontré un torrente ígneo de citas en francés, en inglés, en alemán,
en latín, en italiano, que no eran en realidad una exhibición culturalista del
autor, sino astillas clavadas durante años en su corazón; y también encontré
amor, esperanza, sonrisas, ilusiones.
Todos
esos ingredientes estaban ahí, burbujeando, mezclándose, diciéndome en clave su
verdad profunda. Eran como piezas de un puzle emocional que no podía quedar
convertido (que no puede quedar convertido, ahora lo sé) en una reseña al uso,
llena de palabras, lugares comunes y elogios banales. Eran como teselas de un
mosaico majestuoso y lleno de luces, capaz de embriagar pero también de
intimidar a algunos lectores, incapaces de enfrentarse a pecho descubierto al
espectáculo de la franqueza.
Al fin,
este volumen lleno de sinceridades, este libro de aliento crepuscular, este
catálogo de amores febriles o dulces, prolongados o súbitos, termina imponiendo
sus leyes y te obliga como crítico a rendirte: no puedes “decir” en una reseña
de trescientas cincuenta palabras lo que el poeta ya dice con más plenitud, con
más desgarro, con ritmo más trabajado a lo largo de sus generosas páginas. Sólo
te queda permanecer en silencio, conmovido, convulso, sabiendo que volverás a
sus versos varias veces en los próximos años, porque este paño de la Verónica
que ha sido bautizado como Debajo de los
días cumple y supera con amplitud todas las expectativas líricas que había
generado. Y porque, quizá, sea un libro destinado más a la relectura (sosegada,
intensa, proteica) que a la lectura misma.
El Ángel
ha vuelto.
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