Hablaré
hoy de la obra Lampedusa, de Maylis
de Kerangal, que traduce Javier Albiñana para el sello Anagrama y que queda definida
en la parte posterior del volumen como “novela”, para después recibir también
las variopintas etiquetas de “intrincada constelación de formas”, “canto”,
“pirueta literaria” o “canción hipnótica”. Y uno, que comienza a ser perro
viejo en la afición al mundo de los libros, tiende a pensar con cierto
fundamento que cuando se alinean muchas (y estrafalarias) nomenclaturas para
designar una narración conviene acercarse a ella con ciertas sospechas
preventivas.
En literatura
todo resulta más o menos admisible, con tal de que quede escrito con elegancia,
con profundidad y con belleza. Novelas teatrales, poesía en prosa, teatro narrativo
y otra docena de formulaciones similares son tan legítimas como fértiles,
siempre que no constituyan en realidad una mentira enarbolada con fines
comerciales. Porque eso, me temo, es lo que sucede con estas páginas, que no
son una novela, ni siquiera considerándolas con el más flexible y generoso de
los criterios. Entiendo que dicha denominación activa unos resortes de ventas
que no se pondrían en marcha si se dijese que éste es un texto (porque lo es)
lleno de lirismo filosófico, de reflexión o de ambigüedades lectoras. Pero
también entiendo que a la persona que acude de buena fe a la librería para
adquirir un título no se le puede deslizar un embuste de este calibre.
Sería
mucho más razonable y mucho más exacto decirle que va a adentrarse en un relato
poliédrico y mezclado (cine, filosofía, antropología) que se activa a raíz de
un accidente marítimo en el que murieron un buen número de inmigrantes. Pero
que nadie busque en sus apenas sesenta páginas de generosa tipografía (sobre
esa variante del timo tampoco será necesario insistir) ni argumento, ni
personajes, ni elemento novelístico alguno, porque no lo hay. Al pan, pan; y al
vino, vino.
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