lunes, 3 de diciembre de 2018

El arqueólogo




Claudio Bersani, el protagonista absoluto de esta novela (todos los demás personajes y todas las acciones que se narran en sus páginas se encuentran salpicados por su magnética influencia), es un setentón muy peculiar: continúa ejerciendo como profesor de arqueología en la universidad (acaban de nombrarlo emérito), sigue desplegando su encanto con las numerosas mujeres que a su alrededor pululan, no renuncia a los gestos huraños o paradójicos que le permitan mantener su independencia y su aura intelectual y, desde su casa a las afueras de Nápoles, colabora en la prensa y documenta sus libros. Es la suya, por tanto, una existencia pletórica en la que incluso se relaciona con notables políticos (Romano Prodi actúa como presentador de una de sus obras), miembros de la realeza (se olvida de un encuentro con Carlos de Inglaterra, porque lleva a sus nietos a ver la película Los cuatro fantásticos) o mafiosos de siniestra trayectoria. Presuntuoso, altanero, encantador, displicente, tierno, ególatra, son adjetivos que lo definen con exactitud en diferentes momentos de su vida.
En esa vida está rodeado de muchas figuras importantes, sobre las que ejerce más influencias de las que recibe: su esposa Melina, sus hijos, sus nietos, su sirviente Todor, sus colegas docentes, algunos vecinos. Y uno de los grandes aciertos del mallorquín Román Piña consiste en la inteligencia con la que dibuja los nexos familiares y la telaraña de anécdotas que, como las cerezas en una canastilla de mimbre, se unen entre sí para enriquecer los perfiles de don Claudio. En los últimos años de su existencia, un capricho del azar convertirá al venerable arqueólogo en aclamado triunfador en otro ámbito distinto al que siempre ha dedicado sus esfuerzos… Pero a los lectores, por obra y gracia de una estratagema narrativa que el autor nos tiene avariciosa y secretamente camuflada hasta el final, nos esperará aún una sorpresa de gran magnitud, que imprimirá un sesgo inesperado a la novela.
Solvente en todo momento, lírico cuando la ocasión lo requiere y abrupto cuando así se lo demanda la psicología de su personaje, Román Piña Valls sale victorioso de un texto que, en otras manos, no habría mostrado ni la mitad del esplendor que éste muestra. Notable.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Presuntuoso, altanero, encantador, displicente, ególatra...con estos epítetos en condiciones reales saldría corriendo y no miraría hacia atrás ¡Corre Yolanda, corre como las locas! peeeero, en esta ocasión me atraen como luz a bichejo, que me gusta a mi un canalla literario.

Besitos guapetón.