miércoles, 10 de febrero de 2016

El salón de ámbar



Aventuras puras y duras, por qué no. La novela como refugio en el que hallar una historia donde aparezcan buenos y malos, tesoros escondidos, laberintos bajo tierra, oscuros secretos que es necesario desentrañar, nazis nauseabundos, mafiosos rusos, adolescentes que se revelan como genios de la informática, amor, amistad, disparos, reuniones cibernéticas, un convento de monjas que es usado como escondrijo… Sería difícil que nadie lograra combinar con más tino y más capacidad de seducción que la alicantina Matilde Asensi este conjunto heteróclito de materiales. Pero ella, sin duda, lo consigue.
Con la solvencia arquitectónica a la que nos tiene acostumbrados, la novelista construye un espacio narrativo sólido y creíble, donde cada detalle está bien documentado y bien engrasado para que se incorpore al conjunto sin chirridos y sin que se perturbe la credibilidad general.
Así, nos encontramos con Ana María Galdeano, una muchacha que, relacionada desde su infancia con el mundo del arte y de los robos de guante blanco, pertenece al enigmático y exclusivo Grupo de Ajedrez, responsable de algunas de las sustracciones más arriesgadas y lucrativas del mundo, lo que les convierte en objetivo número uno para la policía internacional. En esta ocasión, el Grupo es convocado para que robe un lienzo del pintor ruso Krilov, que se encuentra en un castillo medieval, propiedad de un magnate alemán de las galletas. Esta operación les reportará, en principio, unos beneficios muy elevados… Pero la sorpresa vendrá cuando Ana María compruebe que en la parte posterior del cuadro hay otra tela, pintada por un antiguo dirigente nazi y que esconde una misteriosa inscripción. Tirando de este enigmático hilo se sumergirán en un laberinto subterráneo bajo la ciudad de Weimar, donde les aguarda uno de los tesoros más espectaculares de la Historia. Y también una espantosa sorpresa.

Una vez más, Matilde Asensi seduce y embriaga con una propuesta donde toda la artillería novelesca está puesta al servicio de la intriga, la emoción y el disfrute de los lectores. Como está mandado. Y, además, con una elegancia literaria que ya querrían para sí algunos chisgarabís del purismo rancio.

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