Aventuras
puras y duras, por qué no. La novela como refugio en el que hallar una historia
donde aparezcan buenos y malos, tesoros escondidos, laberintos bajo tierra,
oscuros secretos que es necesario desentrañar, nazis nauseabundos, mafiosos
rusos, adolescentes que se revelan como genios de la informática, amor,
amistad, disparos, reuniones cibernéticas, un convento de monjas que es usado
como escondrijo… Sería difícil que nadie lograra combinar con más tino y más
capacidad de seducción que la alicantina Matilde Asensi este conjunto
heteróclito de materiales. Pero ella, sin duda, lo consigue.
Con la
solvencia arquitectónica a la que nos tiene acostumbrados, la novelista
construye un espacio narrativo sólido y creíble, donde cada detalle está bien
documentado y bien engrasado para que se incorpore al conjunto sin chirridos y
sin que se perturbe la credibilidad general.
Así, nos
encontramos con Ana María Galdeano, una muchacha que, relacionada desde su
infancia con el mundo del arte y de los robos de guante blanco, pertenece al
enigmático y exclusivo Grupo de Ajedrez, responsable de algunas de las
sustracciones más arriesgadas y lucrativas del mundo, lo que les convierte en
objetivo número uno para la policía internacional. En esta ocasión, el Grupo es
convocado para que robe un lienzo del pintor ruso Krilov, que se encuentra en
un castillo medieval, propiedad de un magnate alemán de las galletas. Esta
operación les reportará, en principio, unos beneficios muy elevados… Pero la
sorpresa vendrá cuando Ana María compruebe que en la parte posterior del cuadro
hay otra tela, pintada por un antiguo dirigente nazi y que esconde una
misteriosa inscripción. Tirando de este enigmático hilo se sumergirán en un
laberinto subterráneo bajo la ciudad de Weimar, donde les aguarda uno de los
tesoros más espectaculares de la Historia. Y
también una espantosa sorpresa.
Una vez más,
Matilde Asensi seduce y embriaga con una propuesta donde toda la artillería
novelesca está puesta al servicio de la intriga, la emoción y el disfrute de
los lectores. Como está mandado. Y, además, con una elegancia literaria que ya
querrían para sí algunos chisgarabís del purismo rancio.
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