domingo, 28 de febrero de 2016

Tragedia de la infancia



Si se pronuncia o se cita el nombre de Alberto Savinio, lo más normal es que pocos sepan algo de él, o lo asocien a una obra o a una fama. Pero si se añade que éste fue el seudónimo que utilizó para escribir y publicar el pintor italiano De Chirico, es muy posible que las cosas comiencen a estar algo más claras.
La editorial Pre-Textos, gracias a la traducción de César Palma, ofrece en su hermoso catálogo el volumen autobiográfico Tragedia de la infancia, escrito en 1945 (cuando De Chirico, saltada la barrera del medio siglo de vida, se aprestó a componer un duro y personalísimo balance familiar). Nos dice el autor que, cuando se llega a una cierta edad y se mira hacia al ayer “descubrimos con júbilo que detrás de nosotros, y casi sin darnos cuenta, en forma de muchos bosques y de muchos jardines, hemos dejado una obra. ¿Qué importa morir? En nuestra boca tenemos ya el sabor de la inmortalidad”, p.10. Pero no conviene que nos dejemos ganar por el entusiasmo de esa revelación y pensemos en un volumen luminoso, dulce o nostálgico, donde los juegos infantiles del autor, sus primeros amores o sus recuerdos iniciales se tiñen de rosa y saben a almíbar. Esa hipótesis queda pronto descartada. Savinio (es decir, De Chirico) guarda una profunda aversión hacia aquel tiempo infame en el que los adultos, grandes castradores de la libertad y de la originalidad, se empeñan en educar y conducir a los niños para convertirlos en borregos sociales, inofensivos, neutros y grises. De tal modo que puede llegar a formular párrafos tan amargos y contundentes como éste: “Infancia: a ti, ingrato campo de batalla sin honor, los hombres conscientes no te recordamos con nostalgia. Nuestra memoria no te desea: te rehuye. No te invoca: te repudia” (p.147).
Eso justifica que sus recuerdos sean esencialmente negativos (nos habla de la fiebre que lo aquejó durante un tiempo, de un pajarillo que se le escapó por la ventana, de su primer desengaño amorosos infantil, de una función de teatro a la que lo llevaron sus padres y que terminó estrepitosamente, etc) y que al final del tomo se decante por un lirismo introspectivo, donde se adivina la presencia de un buen número de claves psicológicas, llenas de amargura.
De Chirico es plenamente consciente de que no se parece en nada a las personas que lo rodean (“Siendo en apariencia hombre semejante a los demás, me alimento de curiosidades bien distintas”, p.85), pero que tiene que empeñarse en la búsqueda de su propio camino de dicha, con métodos intransferibles (“Mi alma se dedicó a organizar mi felicidad”, p.31).

Una obra interesantísima para bucear en el corazón de un hombre complejo, que nos ofrece aquí las claves de su espíritu bajo el disfraz de una exquisita pieza literaria.

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