Terrible
resulta el amor cuando las dificultades que lo rodean se empeñan en no dejarlo
florecer. Lo saben de sobra el caballero Tristán y su bella amada Isolda
(llamada Iseo en otras versiones), protagonistas de esta deliciosa y
lacrimógena aventura que nos resume Joseph Bédier uniendo los materiales que
proceden de varios poemas y leyendas antiguos.
Tristán,
como otros grandes héroes antiguos, tiene que batallar duramente entre dos
lealtades contrapuestas: la que debe al rey Marés (quien habita en el castillo
de Tintagel y lo ha arropado siempre con un cariño casi paternal) y la que
entrega a Isolda (hermosa mujer que se convierte en la dueña de su corazón
desde el momento en que ambos beben por error un filtro amoroso y quedan unidos
mágicamente). Marcado desde su nacimiento por la desgracia (recibió su nombre
de la tristeza que embargada a su madre por la muerte de su esposo), Tristán
acometerá todo tipo de acciones prodigiosas que, pese a todo, jamás le
permitirán gozar de la dicha plena: sobrevivirá el secuestro de unos malvados
noruegos, matará al gigante Morolt, esquivará las asechanzas malévolas de unos
caballeros de Cornualles que desean su aniquilación, será herido con espadas
envenenadas, vivirá en un bosque en condiciones precarias de anacoreta o bestia
silvestre, se comunicará con Isolda mediante artimañas que le permitan no ser
descubierto… Y, en el colmo de la tristeza, su esposa (con la que se ha casado
tan impetuosa como absurdamente, porque jamás ha amado a nadie más que a
Isolda) le quitará la última esperanza al final del libro: cuando se acerca la
nave que trae, con vela blanca, a su amada, ella le dice que la vela es negra.
La decepción le provoca un colapso que lo conduce a la muerte.
Historia de
amores trágicos, cortesanos y purísimos, la obra aún soporta, pese a ciertas
ingenuidades y ñoñeces muy comprensibles, la lectura en pleno siglo XXI.
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