En literatura no existen los subgéneros. Ese rótulo
denigrante o conmiserativo se lo inventaron media docena de analistas que sólo
alcanzaban el éxtasis intelectual desayunando capítulos del Ulises de Joyce, comiendo chuletones de
Ernst Jünger y cenando en compañía de Ezra Pound. Pero esa taxonomía mentecata
y falaz se encuentra con un serio problema cuando el lector descubre una obra
que, sustentándose en esos “subgéneros”, los enriquece, los supera y los
inutiliza. Romeo y Julieta podría ser
etiquetado de libro rosa; Drácula,
simplemente como novela de terror; y Fahrenheit
451 tan sólo como un texto de ciencia-ficción. ¿Alguien se atreve a
propalar tamaña sandez? ¿A que no? ¿A que en ese instante nos damos cuenta de
la bobada?
Con la literatura juvenil ocurre algo parecido.
Siempre hay profesores y críticos que, a lomos de una flagrante soberbia, lo
ven como algo menor, descafeinado o insustancial. Y jamás se toman la molestia
de comprobar si existen excepciones a su dicterio.
Bien, pues esos miopes intelectuales deberían
leerse libros tan espléndidos como Cordeluna,
de Elia Barceló, merecidísimo premio Edebé en 2007, donde se nos cuenta una
maravillosa historia que se inició en el siglo XI y que culmina en el XXI. Un
guerrero de diecisiete años que acompaña al Cid, Sancho Ramírez, recibe de su
padre una increíble espada mágica llamada Cordeluna y, poco después, descubre a
Guiomar, la joven y bellísima condesa de Peñalba. Pero el amor que aflora entre
ambos no será fácil: de un lado, los amenaza la baja posición social de Sancho;
del otro, la perfidia de doña Brianda, madrastra de Guiomar, que también desea
a Sancho y anhela obstaculizar su relación con ella. En esa historia aparecen
nigromantes, bebés sacrificados ante el Maligno, mujeres emparedadas, hombres
que se ahorcan, combates sanguinarios... Y, sobre todo, una maldición. Una
maldición en la que el Bien y el Mal pugnan entre sí. Una maldición milenaria
que se tendrá que resolver, con final sorprendente, entre los chicos que
ensayan, en un monasterio de Burgos, una obra ambientada en la
Edad Media.
Elia Barceló, que ya había obtenido antes el premio
Edebé por su obra El caso del artista
cruel, ha sabido elaborar una pieza novelesca de gran valor, llena de
informaciones históricas y psicológicas. Y, sobre todo, construida con talento
y con sagacidad, dosificando las situaciones de intriga, dibujando con lentitud
a los personajes y alternando presente y pasado en las dosis justas.
¿Una gran novela juvenil? Por supuesto. Pero Cordeluna avanza más allá y es, simplemente,
una gran novela. Sin más adjetivos. Sin más subgéneros. Una pieza soberbia y
digna de admiración.
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