Hay
escritores que, si se esfuerzan, corrigen y lo intentan con todo su empeño,
llegan a expresarse de una forma correcta o tolerable; y hay otros que,
galardonados por misteriosas pulsiones que tienen que ver con la cultura o la
música, parecen haber nacido con la habilidad de producir magia cada vez que
deciden escribir una página, un párrafo, una línea. Entre estos últimos figura
Manuel Moyano (Córdoba, 1963), que ha entregado al mundo de los libros, en los
pocos años que lleva publicándolos, piezas de gran envergadura estilística, que
lo han hecho merecedor de reconocimientos como el premio Tristana, el Tigre
Juan o el accésit del Herralde.
Ahora, de la
mano de la editorial asturiana Pez de Plata, pone en nuestras manos una novela que
podríamos calificar de negra, pero también (sin riesgo de mentir) de
psicológica y hasta de sociológica. En ella, Ulises Roma, un hombre ya mayor
que ha visto morir a su esposa en un accidente de coche ocasionado por un
conductor desidioso o temerario, recibe la visita de unos enigmáticos
personajes que le proponen incorporarse a una organización que busca obtener
justicia por conductos no excesivamente ortodoxos y que se basa en el antiguo
código de Hammurabi. Al principio, como es lógico, el anciano interpreta que se
trata de una chifladura de mal gusto, pero un día se encuentra secuestrado en
una casa cuya ubicación ignora y, en pleno desconcierto, ponen en su mano una
pistola y colocan frente a él a un muchacho tembloroso. Es, le dicen, el hombre
que mató a su esposa. Ha llegado su oportunidad para ajustar cuentas con
alguien a quien la Justicia
oficial trató (y él lo sabe) con demasiada indulgencia.
Con una
endiablada sagacidad, Manuel Moyano adentra su mirada en la zona oscura de
todos los seres humanos, allá donde burbujea ese légamo que no deseamos que
emerja a la luz, pero que resulta innegable. ¿Qué haríamos cada uno de nosotros
en una situación similar? ¿Qué haríamos si, azotados por un dolor insoportable,
colocasen ante nosotros a la persona que lo ha causado y nos dijeran que se
encuentra a nuestra merced, que somos dueños de su vida y que no hay
posibilidad de ser descubiertos o acusados de crimen alguno? ¿Resistiríamos el
impulso de matar, basándonos en supuestos éticos o morales… o nos abandonaríamos
a la adrenalínica tentación de la venganza?
Escrita con
una brillantez mesetaria, La agenda negra
se erige en una de las fabulaciones más inquietantes, seductoras e incómodas
que he leído en mucho tiempo. Además, cuenta con dos capítulos finales antológicos:
el 32 (donde tenemos la oportunidad de conocer a la víctima más demencial del
doctor Gilabert, responsable de este proyecto de justicia) y el 33 (que nos
inocula el virus de la duda acerca del auténtico final de su organización).
Si no han
tenido aún la oportunidad de leer a Manuel Moyano, dense el placer de conocer a
uno de los estilistas más completos del panorama nacional. Y si ya han
disfrutado con volúmenes anteriores debidos a su pluma, reincidan: saldrán más
que satisfechos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario