Hace tanto
daño leer a Miguel Sánchez Robles que siempre está uno deseando,
paradójicamente, que aparezca otro libro suyo para zambullirse en él, y notar
el cieno subiendo por el pecho, y cercando la boca mientras se piensa: “Todo lo
que dice es terrible, pero cierto”. Su literatura, así, cumple una función
parecida a la del alcohol en las heridas: escuece y es verdad. Con la novela Nunca la vida es nuestra (premio Fray
Luis de León), el escritor vuelve a circular por idénticos senderos… Su
protagonista es un profesor de instituto que vive una vida gris y huérfana de
alegrías. Arrastra un matrimonio monótono, pierde y gana dinero en partidas de
póker con sus amigos, bebe botes de cerveza voll damm, se ve cercado por las
conversaciones anodinas de sus compañeros de claustro y languidece hacia la
madurez con pasos tristes.
Para
salvarse encuentra tres asideros fundamentales: la poesía, el cine y los paseos
en bicicleta. En uno de estos últimos se encontrará, en medio de un camino de
montaña, con Esther, una veinteañera que trabaja como químico en la planta
General Electric de Cartagena y que, desde el primer instante, le provoca un
impacto tremendo. Al principio se trata de una atracción física, pero pronto se
completará cuando descubra que la muchacha y él comparten modos similares de
ver la vida: afán de vivir de un modo distinto al rebaño, gusto por las
conversaciones surrealistas o líricas (la “verbalidad”, a la que constantemente
alude el narrador; todos aquellos juegos que los convierten en unos auténticos
“ludópatas del lenguaje”, p.158), ansia por apurar cada copa que la existencia
ponga frente a ellos y deseo de estar la mayor parte del tiempo juntos. Pronto
comenzarán una tórrida aventura donde lo sexual, lo metafísico y lo poético
brotarán y se abrazarán a cada segundo. La muchacha insistirá desde el primer
día para que Herminio, el profesor, no conciba demasiados planes con ella (“No
proyectes, conmigo no proyectes nada, por favor”, p.99), porque sabe que vivir
es simplemente fluir. E incluso llegará a pedirle que no se encandile con ella
más allá de lo razonable, porque nunca sabemos el tiempo que se nos permitirá
estar junto a la persona amada (“Yo no quiero que tú mueras por mí. Yo ni tan
siquiera quiero que te enamores mucho de mí. ¿Me estás oyendo? Por favor, no te
enamores de mí. Vive conmigo. Folla conmigo. Juega conmigo. Hazme daño si
quieres, pero no te enamores de mí y no hablemos de la muerte”, p.149)… Con el
paso del tiempo, y tras disfrutar de unos días juntos (a veces metidos en la
habitación de la chica, a veces viajando como turistas de fin de semana,
siempre bebiéndose el uno al otro con fruición, rodeados de alcohol, porros,
poesía y música), la realidad más cruel vendrá a recordarles que ningún paraíso
se goza impunemente y que el azar siempre se reserva la mano ganadora en esa
partida de póker a la que llamamos vida.
Memorablemente
escrita, con un lirismo constante, explosivo y de imposible imitación,
cualquier página de Miguel Sánchez Robles podría enmarcarse y ser exhibida en
el Museo del Prado. Es uno de los más grandes escritores de España, sin
discusión posible.
2 comentarios:
Este libro sí. Este libro hay que tenerlo. Es domingo y . afortunadamente, existe la compra online, porque me han entrado unas enormes prisas por leerlo. Gracias, Rubén. Un placer saludarte en la biblio el día del cuento de "Papá monstruo".
Me he quedado, con ganas de saber más de esta historia..."Nunca la vida es nuestra".
Amigo Rubén, quiero saludarte y agradecerte tu inmensa labor. Coincido contigo: Miguel Sánchez Robles es un grandísimo escritor ¿A quién habrá que decírselo para que tantos lectores inanes lo disfruten?
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