Gracias a la traducción de Joachin De Nys para la
editorial Navona podemos leer aquí estos cinco relatos maravillosos de Wilkie
Collins, donde una vez más demuestra de manera excelente su musculación
narrativa, que le permite guiar a los lectores para que avancen al ritmo que él
desea, provocándoles conmoción, risa, sorpresa, inquietud o calma, en las dosis
que cada secuencia requiere. Maestro entre los maestros, este soberbio
fabulador nos propone un repóker de relatos ante los que será difícil que no
aplauda hasta el lector más exquisito y exigente. En “Una cama sumamente
extraña”, que da título al volumen, nos daremos un paseo por un garito infame,
donde quiere el azar que un señorito rico y aburrido gane una fastuosa cantidad
de dinero, hasta el punto de hacer saltar la banca. El problema vendrá cuando,
aturdido por el alcohol y temeroso de que puedan robarle sus ganancias, decida
pasar la noche en el garito, en una habitación de lo más inquietante y
perturbadora. En “El caldero de aceite” nos desplazamos hasta una historia
donde se nos plantea un caso peliagudo: ¿debe un sacerdote mantener a toda
costa su secreto de confesión, cuando conoce la identidad de un asesino? Y, por
otro lado, ¿vale cualquier método para lograr que un representante de Dios
colabore con la Justicia ?
Tres hermanos que han visto cómo su padre era asesinado forzarán los límites de
esta complicada situación. En “La cuna fatídica” asistiremos al desarrollo de
una trama muy sencilla, pero con implicaciones turbulentas: dos niños que nacen
durante un viaje por mar, de familias muy distintas (una rica y otra pobre),
terminarán en las manos de la matrona... sin que ésta sea capaz de recordar a cuál
de las familias pertenece cada uno. “El capitán y la ninfa” vuelve a situarnos
en el mundo marítimo, con un capitán de barco que, como consecuencia de un duro
trauma amoroso, terminará por odiar el mar. Y “¡Vuela con el bergantín!” es un
relato canónico sobre la forma de manejar los tiempos y el lenguaje para que
los lectores, gradualmente angustiados por la trama, acaben con el ritmo
cardíaco acelerado. Alfred Hitchcok hubiera realizado una adaptación televisiva
o cinematográfica de primera magnitud con esta historia. Salvando alguna
pedrada a la gramática (ese “encima mío” que chisporrotea con olor a azufre en
la página 145), la traducción es elegante y cadenciosa, y nos permite disfrutar
de los relatos del maestro inglés con una fruición similar a la que debieron
sentir sus primeros lectores. Gloria por siempre a Wilkie Collins.
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