Acaba de
pasar por mis manos y por mis ojos un libro de relatos de Alejandro Melero, que
publica el sello madrileño Stonewall con el nombre de La escalera oscura. Sin duda, un volumen hermoso, donde el autor (que
es además profesor, ensayista y dramaturgo) consigue edificar unas propuestas
realmente firmes y seductoras, en las que el amor, la decepción, la pasión y la
amargura se combinan de modo eficaz.
Situados en
ambientaciones muy distintas (un pequeño pueblecito de mentalidad cerrada, una
hospedería, un despacho profesional, el camerino de un viejo actor, un recinto
hospitalario), los personajes que burbujean por estas páginas van desnudando
sus tristezas y mostrándonos sus heridas para que comprendamos el aciago camino
que han tenido que recorrer para llegar hasta donde están, y para que nos
sintamos más próximos a su dolor, a la condición quebradiza de sus lágrimas, al
valor enérgico de su entereza: el muchacho que tiene que sufrir que el amor de
su vida esté preparando la boda con una chica (“Habla Miguel”); el niño que se
muerde los labios para no reconocer en público que ama a un compañero de clase
(“La escalera oscura”); el joven que comienza una relación epistolar con el
madrileño Bruno, y que viaja hasta la capital para disfrutar un primer encuentro
erótico con él (“La piedad”); la tensa entrevista de trabajo que mantienen dos
antiguos amigos de infancia, separados ahora por un durísimo trance que se
gestó en la niñez y que aún extiende sus tentáculos de acíbar (“La prueba”); la
experiencia sexual que vive el joven e inseguro Rubén con el anciano Vicente,
un actor que comienza a tener problemas
de memoria (“Espejo de luces tenues”); la penosa situación que vive una mujer,
conectada a una máquina en un hospital y que depende de la voluntad de su marido
(“Las decisiones difíciles”); o aventuras más sinuosas y arriesgadas desde el
punto de vista tipográfico y emocional (“Último y penúltimo deseo de la niña
Carmela”).
Dentro de
los libros de temática homosexual hay, como en los libros de temática heterosexual,
dos subgrupos: los buenos y los malos. Éste de Alejandro Melero es bueno.
Inequívocamente bueno. Búsquenlo en su librería.
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