martes, 5 de enero de 2016

Algunos libros que leí despacio



Un escritor afincado en Murcia recibió hace años un premio que, en su opinión (errada, como el tiempo vino a corroborar), iba a consagrarlo. Cuando lo felicité por la concesión me dijo que había estado a punto de publicar un libro de semblanzas de otros escritores, pero que lo había paralizado porque ahora que él se había convertido en alguien importante le parecía inadecuado dar “publicidad gratuita” a otros. Semejante imbecilidad no se le ha pasado nunca por la cabeza a Pascual García (Moratalla, 1962), que no solamente es uno de los escritores más brillantes de nuestra tierra, sino también uno de los más generosos a la hora de reconocer el talento de sus compañeros de oficio.
La última prueba de esta esplendidez se titula Algunos libros que leí despacio (Textos críticos), un volumen de reseñas que le publica el sello Tres Fronteras y que reúne 66 producciones donde el autor muestra la notable envergadura de sus curiosidades literarias, la finura y atención de sus lecturas y la incomparable agudeza con que disecciona, pondera y evalúa los volúmenes que van pasando por sus manos y sus ojos. Es raro encontrar un creador notable que, a la vez, sea un analista riguroso y exacto: Pascual García condensa ambas habilidades de un modo egregio.
Por las páginas de este tomo desfilan no solamente los grandes monstruos sagrados de la literatura internacional (Mario Vargas Llosa, Ismail Kadaré, Benedetti, Antonio Muñoz Molina), sino también las grandes firmas de la literatura regional, para quienes encuentra siempre un juicio inmejorable. Por ejemplo, define a Soren Peñalver como “poeta de la sensación y de la idea, del sentimiento profundo y de la imagen; poeta exótico y próximo al ser humano sufriente; poeta culto y popular y humanista” (p.20); y a Francisco Sánchez Bautista lo inmortaliza afirmando que “no sólo es uno de los grandes poetas de esta tierra, sino que pertenece por derecho propio a la historia de la literatura española y es, por tanto, un clásico del idioma” (p.41); y en el poeta y cuentista José Cantabella descubre “a un narrador cuajado e importante, que ya posee su lugar en nuestras letras” (p.46); y con respecto a Francisco Javier Illán Vivas nos dice que “estamos ante un poeta preocupado por los grandes asuntos humanos, de vital trascendencia, entre los que se halla, de un modo destacado, el tiempo” (p.113); y en la deliciosa Vega Cerezo descubre a “una autora que concita la inteligencia, las lecturas y la vida para dar forma al complejo universo de los sentimientos con una sencillez de orfebre diestro” (p.153). Son cinco ejemplos entre muchos posibles.
Pero es que, además, el moratallero Pascual García se detiene a reflexionar sobre la tarea narrativa de otras personas que, sin ser estrictamente poetas y novelistas, aportan su sensibilidad al mundo de las letras, como ocurre en los casos de algunos profesores universitarios (Francisco Javier Díez de Revenga), algunos periodistas (Antonio Arco) e incluso alguna pintora (como Carmen Cantabella).

Con una original cubierta de la artista Francisca Fe Montoya, este tomo ofrece un fresco muy representativo de las opiniones literarias de un hombre que, brillante en los ámbitos de la novela, el ensayo, el cuento, la poesía y el articulismo, constituye uno de los ejemplos más acabados de escritor total que ofrecen las letras españolas.

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