Un escritor afincado en Murcia recibió hace años un
premio que, en su opinión (errada, como el tiempo vino a corroborar), iba a
consagrarlo. Cuando lo felicité por la concesión me dijo que había estado a
punto de publicar un libro de semblanzas de otros escritores, pero que lo había
paralizado porque ahora que él se había convertido en alguien importante le
parecía inadecuado dar “publicidad gratuita” a otros. Semejante imbecilidad no
se le ha pasado nunca por la cabeza a Pascual García (Moratalla, 1962), que no
solamente es uno de los escritores más brillantes de nuestra tierra, sino
también uno de los más generosos a la hora de reconocer el talento de sus
compañeros de oficio.
La última prueba de esta esplendidez se titula Algunos libros que leí despacio (Textos
críticos), un volumen de reseñas que le publica el sello Tres Fronteras y
que reúne 66 producciones donde el autor muestra la notable envergadura de sus
curiosidades literarias, la finura y atención de sus lecturas y la incomparable
agudeza con que disecciona, pondera y evalúa los volúmenes que van pasando por
sus manos y sus ojos. Es raro encontrar un creador notable que, a la vez, sea
un analista riguroso y exacto: Pascual García condensa ambas habilidades de un
modo egregio.
Por las páginas de este tomo desfilan no solamente
los grandes monstruos sagrados de la literatura internacional (Mario Vargas
Llosa, Ismail Kadaré, Benedetti, Antonio Muñoz Molina), sino también las
grandes firmas de la literatura regional, para quienes encuentra siempre un
juicio inmejorable. Por ejemplo, define a Soren Peñalver como “poeta de la
sensación y de la idea, del sentimiento profundo y de la imagen; poeta exótico
y próximo al ser humano sufriente; poeta culto y popular y humanista” (p.20); y
a Francisco Sánchez Bautista lo inmortaliza afirmando que “no sólo es uno de
los grandes poetas de esta tierra, sino que pertenece por derecho propio a la
historia de la literatura española y es, por tanto, un clásico del idioma”
(p.41); y en el poeta y cuentista José Cantabella descubre “a un narrador
cuajado e importante, que ya posee su lugar en nuestras letras” (p.46); y con
respecto a Francisco Javier Illán Vivas nos dice que “estamos ante un poeta
preocupado por los grandes asuntos humanos, de vital trascendencia, entre los
que se halla, de un modo destacado, el tiempo” (p.113); y en la deliciosa Vega
Cerezo descubre a “una autora que concita la inteligencia, las lecturas y la
vida para dar forma al complejo universo de los sentimientos con una sencillez
de orfebre diestro” (p.153). Son cinco ejemplos entre muchos posibles.
Pero es que, además, el moratallero Pascual García
se detiene a reflexionar sobre la tarea narrativa de otras personas que, sin
ser estrictamente poetas y novelistas, aportan su sensibilidad al mundo de las
letras, como ocurre en los casos de algunos profesores universitarios
(Francisco Javier Díez de Revenga), algunos periodistas (Antonio Arco) e
incluso alguna pintora (como Carmen Cantabella).
Con una original cubierta de la artista Francisca
Fe Montoya, este tomo ofrece un fresco muy representativo de las opiniones
literarias de un hombre que, brillante en los ámbitos de la novela, el ensayo,
el cuento, la poesía y el articulismo, constituye uno de los ejemplos más
acabados de escritor total que ofrecen las letras españolas.
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