viernes, 29 de enero de 2016

En el lejero



Ocurre en ocasiones que un escritor genial monopoliza el nombre de su país de cara a los lectores, y se convierte en una especie de emblema que calcina la fama posible de sus compañeros. Así, es difícil que hablando de La India nos venga a la memoria alguien distinto de Rabindranath Tagore; o hablando de Noruega alguien que no sea Ibsen; o hablando de Irlanda alguien que nos brote antes que James Joyce. Con Colombia ocurre casi lo mismo. ¿Quién no asocia su nombre, literariamente, al de Gabriel García Márquez? Su esplendor internacional ha sido tan prolongado y notorio que ha eclipsado, sin pretenderlo, las luces de sus coterráneos.
Pero he aquí que, cuando nada hacía presagiar el advenimiento de la maravilla, surge la figura de Evelio Rosero y, con unos modos totalmente diferentes a los de su compatriota, nos entrega la novela En el lejero, una pieza magistral y asombrosa, que demuestra un poderío fabulador fuera de lo común. En ella vemos a Jeremías Andrade, un anciano septuagenario que llega un viernes por la noche a un pueblo nebuloso, instalado a los pies de un volcán. Su propósito es tan férreo como desconocido (“Tenía que empezar a buscar, en ese pueblo, tenía una sola pregunta que abarcaba todas las preguntas”), hasta que, por fin, en la página 56, extrae de su bolsillo una fotografía y pronuncia cuatro palabras que condensan un año de peregrinación, interrogaciones y angustias: “Busco a mi nieta”. Pero los personajes que rodean al anciano (la patrona del hotel, las extrañas monjas del convento, los niños fantasmales que gritan a su alrededor, el gordo Bonifacio, una enana lúbrica, los vecinos silenciosos) forman en torno a él un escenario de pesadilla, que se completa con detalles repulsivos (miles de ratones muertos por los suelos) o directamente surrealistas (ese cementerio de guitarras del que se habla en la página 44). Al final, Evelio Rosero terminará de producir desasosiego en sus lectores colocando a dos de los protagonistas en una situación altamente perturbadora, al borde de un abismo.
¿Relato metafórico? Sin duda alguna. Los simbolismos están debajo de cada línea, apuntalándolas. No en balde, la contraportada del tomo nos avisa de las deudas que esta novela contrae con Juan Rulfo y con Dante Alighieri. (Y podría haber añadido también el nombre egregio de Franz Kafka). Pero la gran proeza es que Evelio Rosero haya conseguido un lenguaje poderoso, musical y cuajado de imágenes, en el que la turbadora acumulación de símbolos no ahoga la exquisitez literaria del volumen.

Entre las páginas 64 y 69 de esta obra puede verse cómo el pueblo empuja a Jeremías Andrade para que busque a su nieta dentro del convento. Háganme caso y entren ustedes con él. Descubrirán una novela inquietantemente perfecta y cautivadora.

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