Recuerdo que la primera vez que leí las páginas de Diario del Nautilus (allá por 1992, más
o menos) me sorprendió el cuidado extremo que aquel muchacho de Úbeda ponía en
cada adjetivo, en cada sustantivo, en el ritmo de cada frase, en la elección de
las citas literarias. Y me sorprendió, fundamentalmente, porque aquellas hojas
estaban destinadas a aparecer, no en la editorial Planeta, ni en el suplemento
de libros de ABC, ni en sitios similares, sino en un simple periódico de
Granada. Muy poca gente (casi nadie, en realidad) se habría impuesto a sí mismo
tales molestias estilísticas para un escaparate tan modesto. Pero es que
Antonio Muñoz Molina, desde el principio de su trayectoria, fue consciente de
que la perfección literaria hay que labrársela cuidando al milímetro cada
párrafo que vaya a aparecer sobre tu firma.
Por eso, los artículos de Diario del Nautilus son tan hermosos, tan elegantes, tan esféricos,
tan marmóreos. Carecen de fisuras y puntos débiles. A veces nos habla de
muchachas francesas que quieren ser fecundadas con el semen que dejó congelado
su marido muerto; de la osadía que desplegó Julio Iglesias a la hora de
versionar el mítico tema de la película Casablanca
(y contra quien pide represalias: “Al fin y al cabo, dicen , las villas con
piscina de Miami Beach son extremadamente vulnerables desde el mar”, p.20); de
la triste amnesia que desbarató la mente de María Teresa León, pareja de Rafael
Alberti, durante sus últimos tiempos; del desgarro que ha sentido al enterarse
de la muerte de Julio Cortázar; de las maravillas sin fin que pueden pregonarse
del Ulises de James Joyce... En el
fondo, el tema no deja de ser en estos escritos un aspecto más bien secundario,
porque lo importante es, siempre, el primor formal, rítmico, que Antonio Muñoz
Molina se obstina en imprimir a cada frase.
Y luego, como sustrato, las erudiciones literarias
del autor jienense, siempre oportunas y expresadas con tino y humildad: Poe,
Quevedo, Cocteau, Neruda, García Lorca, Mary Shelley, Verne, Bécquer, Homero,
Defoe, Cunqueiro, Aub, Cervantes, Borges, Góngora, Lovecraft...
El genio estaba ya presente desde sus primeros
libros.
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