Bartleby era, como muchos de los lectores sabrán,
un personaje literario de alta envergadura que, aquejado por una cierta
displicencia vital, declinaba todo acceso de entusiasmo y pronunciaba, ante
cada requerimiento que le lanzaban para que abandonase su abulia, una célebre
sentencia: “Preferiría no hacerlo”. Y ése fue el seudónimo que eligió el poeta
José Fernández de la Sota
(Bilbao, 1960) para presentar su excelente obra Aprender a irse al XIV Premio Ciudad de Córdoba “Ricardo Molina”.
El tomo se alzó con el codiciado trofeo lírico. Y la editorial Hiperión lo
publicó con el número 548 de su excelente catálogo.
Pero que nadie se llame a engaño con la elección
del seudónimo, porque Fernández de la
Sota no nos entrega en estos poemas un manifiesto decaído, ni
un manual de descreencias (como habría dicho mi profesor Pepe Perona), sino
todo lo contrario: un haz de propuestas esperanzadoras, de desgarrones de luz,
de músicas tejidas con palabras, de homenajes implícitos y explícitos a grandes
poetas por los que siente devoción (Vicente Aleixandre, Ezra Pound, Pere
Gimferrer, Juan Panero). Así los lectores nos encontramos con toda suerte de
flexiones líricas: desde textos donde rinde un tributo de amor a sus padres
(“Desde tus manos” o “Cuando ahincabas el paso”) hasta meditaciones acodado en
el mostrador de un local nocturno (“Abando y barra”), pasando por deliciosos
experimentos musicales, donde la levedad de las rimas barniza el poema de
pentagramas invisibles (“Puente de metal”), o por evidentes intertextualidades,
cuya paternidad el poeta no declara, pero que detectará cualquier conocedor de
la poesía española del siglo XX.
Boris Vian, en un poemario que llevaba por título No quisiera morir y que también publicó
la editorial Hiperión (en 2003), afirmaba con cierta sorna y con elegante
sarcasmo que “los poetas son muy tontos: escriben para comenzar”. Y la frase,
que es mucho más profunda de lo que en principio pudiera creerse, sirve sin
duda para definir esta propuesta lírica de José Fernández de la
Sota. La obra Aprender a irse es un memorándum autobiográfico donde el poeta nos
hace entrega de sus meditaciones, sus ilusiones, sus ideas, sus filias y sus
fobias; donde nos desnuda el alma con la limpieza con que sólo saben hacerlo
los poetas de verdad; y donde nos demuestra que con ese viejo instrumento
llamado “palabra” aún es posible construir palacios emocionales.
“En esta tierra debe estar pasando un oscuro
milagro”, nos dice en una de las páginas del libro. Y es verdad. El milagro se
llama autenticidad. El milagro se llama poesía. El milagro se llama un hombre
que se coloca ante un papel y que no tiene rubor en desnudarse, decirse, pensar
y comunicar. El milagro de la poesía es, siempre, que una voz consiga
convertirse en Voz.
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