Nunca me ha gustado mucho Ernest Hemingway, para qué
voy a decir otra cosa. No pertenece, ni de lejos, al grupo de mis escritores
más amados. Lo intenté con Fiesta y
me aburrí. Lo intenté con Al otro lado
del río y entre los árboles y me volvió a defraudar. Así que lo puse entre
paréntesis. Pero El viejo y el mar sí
que me resultó una lectura agradable, desde el principio. Por eso la traigo
aquí.
“Era un
viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro
días que no cogía un pez”. No sé a
ustedes, pero a mí siempre me ha parecido que éste es un comienzo como de
fábula infantil o de apólogo oriental. Con apenas dos docenas de palabras nos
informa de una enorme cantidad de datos que luego irán cobrando importancia en
la novela: la vejez del protagonista, su profesión, su soledad, su localización
geográfica, su largo fracaso en la pesca... Nuestro protagonista se llama
(pronto lo descubriremos) Santiago. No se antoja un nombre casual. Santiago el
Mayor (quizá lo recuerden ustedes) fue un famoso pescador de la Biblia. Lo menciona san
Marcos, lo menciona san Lucas. Fue uno de los primeros en recibir el
llamamiento de Jesús para que se convirtiera a la nueva fe. Su nombre ha
quedado como sinónimo de pescador, junto al de Pedro. Y no será la única
referencia al mundo cristiano, en un libro que está plagado de ellas (cuando el
viejo está a punto de desfallecer, en su lucha contra los tiburones que lo
acosan, Hemingway nos dice que soltó un “ay” y luego anota: “No hay equivalente para esta exclamación.
Quizá sea tan sólo un ruido, como el que pueda emitir un hombre, de forma
involuntaria, mientras siente unos clavos atravesar sus manos y penetrar en la
madera”. Está aludiendo, como es obvio, a Jesús de Nazaret, al ser clavado
a la cruz).
El pobre viejo, que en opinión de quienes le rodean
está salao (o sea, que tiene el
gafe), decide salir solo con su barca, adentrarse en el océano y tratar de
pescar sin ayudas al Gran Pez que los haga comprender su error. Se trata, por
tanto, de una lucha de honor, de un combate metafórico, de un reto que Santiago
afronta como un ejercicio de pundonor. Poco importa en estas páginas que
capture o no al animal, sino el proceso, el duelo, el diálogo entre ambos. En
mi edición de la obra el pez pica el anzuelo en la página 47 y muere en la
página 111. Es decir, un total de 64 páginas de persecución: son muchas, si
tenemos en cuenta que el libro tiene 130. Es obviamente más interesante el
proceso que el final. El viejo tiene la ilusión de capturar a ese pez. Es su
objetivo de vida. Y finalmente, cuando lo logra, carece de importancia que los
demás lo ensalcen o lo consideren un héroe o un superhombre. Él ha cumplido su
misión. Es lo que pretendía.
En este libro se nos habla de la importancia de
tener una meta y de luchar para conseguirla. Con coraje, con ideales, con
honor.
Si no la han leído aún, prueben. Creo que les
convencerá.
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