sábado, 5 de septiembre de 2015

El viejo y el mar



Nunca me ha gustado mucho Ernest Hemingway, para qué voy a decir otra cosa. No pertenece, ni de lejos, al grupo de mis escritores más amados. Lo intenté con Fiesta y me aburrí. Lo intenté con Al otro lado del río y entre los árboles y me volvió a defraudar. Así que lo puse entre paréntesis. Pero El viejo y el mar sí que me resultó una lectura agradable, desde el principio. Por eso la traigo aquí.
“Era un viejo que pescaba solo en un bote en el Gulf Stream y hacía ochenta y cuatro días que no cogía un pez”. No sé a ustedes, pero a mí siempre me ha parecido que éste es un comienzo como de fábula infantil o de apólogo oriental. Con apenas dos docenas de palabras nos informa de una enorme cantidad de datos que luego irán cobrando importancia en la novela: la vejez del protagonista, su profesión, su soledad, su localización geográfica, su largo fracaso en la pesca... Nuestro protagonista se llama (pronto lo descubriremos) Santiago. No se antoja un nombre casual. Santiago el Mayor (quizá lo recuerden ustedes) fue un famoso pescador de la Biblia. Lo menciona san Marcos, lo menciona san Lucas. Fue uno de los primeros en recibir el llamamiento de Jesús para que se convirtiera a la nueva fe. Su nombre ha quedado como sinónimo de pescador, junto al de Pedro. Y no será la única referencia al mundo cristiano, en un libro que está plagado de ellas (cuando el viejo está a punto de desfallecer, en su lucha contra los tiburones que lo acosan, Hemingway nos dice que soltó un “ay” y luego anota: “No hay equivalente para esta exclamación. Quizá sea tan sólo un ruido, como el que pueda emitir un hombre, de forma involuntaria, mientras siente unos clavos atravesar sus manos y penetrar en la madera”. Está aludiendo, como es obvio, a Jesús de Nazaret, al ser clavado a la cruz).
El pobre viejo, que en opinión de quienes le rodean está salao (o sea, que tiene el gafe), decide salir solo con su barca, adentrarse en el océano y tratar de pescar sin ayudas al Gran Pez que los haga comprender su error. Se trata, por tanto, de una lucha de honor, de un combate metafórico, de un reto que Santiago afronta como un ejercicio de pundonor. Poco importa en estas páginas que capture o no al animal, sino el proceso, el duelo, el diálogo entre ambos. En mi edición de la obra el pez pica el anzuelo en la página 47 y muere en la página 111. Es decir, un total de 64 páginas de persecución: son muchas, si tenemos en cuenta que el libro tiene 130. Es obviamente más interesante el proceso que el final. El viejo tiene la ilusión de capturar a ese pez. Es su objetivo de vida. Y finalmente, cuando lo logra, carece de importancia que los demás lo ensalcen o lo consideren un héroe o un superhombre. Él ha cumplido su misión. Es lo que pretendía.
En este libro se nos habla de la importancia de tener una meta y de luchar para conseguirla. Con coraje, con ideales, con honor.

Si no la han leído aún, prueben. Creo que les convencerá.

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