Nos lo dice el personaje protagonista en la página
7, con un desparpajo rayano en la petulancia: “Voy a ver si puedo escribir algo
acerca de mí mismo. Mi vida ha sido bastante singular”. Y desde luego no
exagera ni siquiera un punto. No es que haya matado a nadie, o incurrido en
viajes desaforados, o participado en acciones de gran trascendencia social,
pero Francis, el inquieto hijo del doctor Turner, sí que ha tenido una
existencia de lo más atrafagada. Él mismo abordará la tarea de resumirla en la
página 94, cuando está a punto de cambiar de estado civil: “Apenas contaba
veinticinco años y ya había tratado de ganarme la vida como médico, como
caricaturista, como pintor de retratos, productor de cuadros antiguos,
secretario de una institución y ahora, con el auxilio de Alicia, estaba a punto
de ver cómo me iba en la vida de casado”. No se le puede pedir mucho más, desde
luego, a un joven que roza el cuarto de siglo, y eso que se le han olvidado añadir
algunos pequeños detalles (como su estancia en prisión o su actitud chantajista
frente a su cuñado, del que se aprovecha vergonzosamente a causa de su
avaricia) y que todavía no está en condiciones de aventurar otros que vendrán
en los meses posteriores, como su conversión forzosa en falsificador de moneda
o su pericia a la hora de huir de la justicia utilizando diligencias y
disfraces. No, desde luego la vida de Francis puede ser definida de mil modos,
salvo con el adjetivo “aburrida”. Y Wilkie Collins consigue que esa condición
animada, versátil, bullente, se traslade a su prosa, manteniendo en todo
momento la atención de los lectores, a quienes somete a un continuo bombardeo
de sorpresas. Veremos casas llenas de trampillas ocultas; veremos a personajes
que se disfrazan para pasar inadvertidos y espiar a otros; veremos fugas
espectaculares; veremos nombres falsos para encubrir identidades que conviene
preservar del conocimiento de la policía; veremos sirvientas que no se moderan
a la hora de ingerir alcohol para calmar sus nervios; veremos bodas de
condición casi clandestina... Y por fin, cuando veamos a los dos protagonistas
al final de la obra, unidos por un vínculo asombroso a muchísima distancia de
sus lugares de nacimiento, tendremos que conformarnos con la fórmula
conceptista o burlona que Francis Turner elige para no seguirnos contando más
detalles de su vida: “He dejado de ser una persona interesante, soy un hombre
respetable” (p.223). Una novela llena de aventuras, picaresca y humor, que
lleva el sello indeleble de Wilkie Collins.
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