En líneas generales, los críticos recomiendan de
Thomas de Quincey dos obras: Confesiones
de un inglés comedor de opio y Del
asesinato considerado como una de las Bellas Artes. Pero los lectores
inteligentes disponen de otras muchas posibilidades para acceder al núcleo
prosístico de este autor, mágico y enriquecedor como pocos. Sin ir más lejos,
el traductor Luis Loayza nos ofrece en la editorial Pre-Textos una propuesta
interesantísima, que les recomiendo con viveza: se trata del excelente relato La monja alférez.
Se nos cuenta en estas páginas la atrafagada
historia de Catalina de Erauso, una mujer que existió realmente y que, gracias
a su intrepidez, recorrió medio mundo haciendo creer a todos que era varón. Fue
(respetaré el género masculino, pues ella pareció elegirlo) marinero en
Sanlúcar, soldado en Perú, comerciante en México. Y no sólo emprendió todas
estas insólitas actividades (insólitas para una mujer de la época, claro está),
sino que consiguió que el rey español Felipe IV aceptara su travestismo, y que
el mismísimo papa Urbano VIII lo refrendara. Al final de sus días, esta
singular mujer (que acabó muriendo en circunstancias misteriosas, tal vez en
Veracruz) llegó a escribir sus memorias, que actualmente están disponibles en
una página digital del gobierno vasco.
Pero el valor del libro de Thomas de Quincey no se
reduce, como podría suponerse, a lo puramente argumental. La historia contada
es, sí, delirante y muy atractiva; pero no constituye la médula del tomo. Por
el contrario, ese aspecto se queda en anécdota cuando descubrimos otras facetas
mucho más meritorias del autor, como su ingenio verbal, la forma en que
conversa con sus lectores, sus anacronismos conscientes y humorísticos, sus
digresiones llenas de talento... Esta novela es un festín para la inteligencia
y un exquisito bocado para los paladares más exquisitos.
Y si quieren completar su visión acerca de Catalina
de Erauso, permítanme un consejo: acudan a la pieza teatral de Domingo Miras
titulada, precisamente, La monja alférez,
y que editó la universidad de Murcia con inteligentes anotaciones de la
profesora Virtudes Serrano. Allí encontrarán muchos más datos biográficos de
este singular personaje histórico, conocerán otros pliegues de su trayectoria
y, lo que quizá sea más interesante aún, podrán ver el retrato que le hizo
Francisco Pacheco en el año 1630, y que se conserva en San Sebastián.
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