sábado, 29 de agosto de 2015

Polaris



Lo más asombroso, lo más terrible, lo más desconcertante de los seres humanos es que, aunque lo pretendamos, nunca llegamos a conocernos del todo a nosotros mismos. Siempre guardamos algún pliegue de sombra, alguna esquina donde no es posible indagar, algún laberinto de gelatina o podredumbre donde no existe posibilidad de sumergirse o donde no alcanza la luz, por más que pretendamos proyectarla hacia allí. Somos matriuskas infinitas donde los recuerdos, las pesadillas, la amnesia, el horror, la vergüenza o el asco se mezclan de una forma variable en la parte profunda, mientras nos esforzamos para que la máscara, la careta, el rostro, no delate ese fermento repulsivo que nos habita.
Fernando Clemot (Barcelona, 1970) lo sabe muy bien, y por eso acaba de publicar en Salto de Página una novela excelente bajo el título de Polaris, que aborda una aproximación muy inteligente al complejo espíritu humano. Tras ganar el premio Setenil por su maravillosa colección de cuentos Estancos del Chiado (2009), continuar la línea exitosa con su novela El golfo de los Poetas (2009), afianzarse con El libro de las maravillas (2011) y repetir triunfo con Safaris inolvidables (2012), Fernando Clemot nos conduce de la mano hasta una zona poco habitual para la ambientación de novelas: el círculo polar ártico. Por sus aguas navega el Eridanus, un barco de prospecciones al que se define como “un cadáver flotando en descomposición, ajeno a Dios y a las leyes de los hombres” (p.8) y que está tripulado por un grupo de personas taciturnas, agrias, crispadas, lúgubres, que reciben sus órdenes de navegación y trabajo desde la Central, un enigmático núcleo de operaciones que nadie parece conocer, pero del que emana un poder oscuro e indiscutible. De todos los personajes que fluyen silenciosos por estas páginas (el capitán Farrard, el ayudante Mutter, el contramaestre Strand, el marinero Agger) el que más protagonismo atesora es sin duda el doctor Henk Mathias Christian, del que vamos conociendo ráfagas biográficas a través del flashback, que nos van ayudando a trazar una tenebrosa cartografía interior en la que destacan su padre autoritario, su hermano siempre enfermo o sus heridas bélicas en Creta.
Moviéndose por aguas deshabitadas, arribando a islas prácticamente desiertas donde no les queda más diversión que la melancolía o la borrachera y viéndose obligados a convivir durante interminables semanas en el estrecho habitáculo de un barco hostil, donde la radio se convierte en la única compañía en medio de tinieblas eternas, una muerte vendrá a agrietar la frágil relación de estos hombres duros, que se culpan entre sí y que recurren a la violencia más atroz para castigar al presunto culpable.

Fernando Clemot vuelve a demostrar en estas páginas su extraordinaria capacidad para esculpir atmósferas con palabras y para insertar en ellas a unos personajes de psicología tortuosa, nada superficial ni complaciente. El resultado es una novela que embriaga y que puede llegar incluso a asfixiar (absténganse los lectores que gusten de las intrigas fáciles o transparentes), donde todos los miedos, las angustias, los horrores de la memoria, los perfiles angulosos de la culpa y las charcas del oprobio están acechando en cada párrafo, en cada imagen que los personajes protagonizan o rememoran. Quienes se decidan a bracear por estas páginas saldrán de ellas, puedo asegurárselo, con la musculatura robustecida y admirando al autor.

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