Después de haber leído con agrado y con admiración
la novela Hospital Cínico, de Diego
Prado, tenía ganas de conocer otras producciones suyas. Por eso me he
concentrado unos días en Domingos
buscando el mar, un volumen de cuentos que le publicó La bolsa de pipas y
que contiene piezas, a mi entender, de enorme valor y de gran plasticidad
literaria.
El que da título al volumen me recordó,
inevitablemente, la autopista del sur de Cortázar, pero a partir de ese punto
todo adquiere un aroma de gran autonomía: “Un personaje pessoano” nos muestra
la historia de un maestro de primaria que, habiendo conocido a Fernando Pessoa
en una pensión, nos desgrana los pormenores de su relación hasta llegar a un
final inesperado y hermoso; “Un soñador lírico” nos pone ante los ojos a un
hombre que, mientras está dormido, compone unos versos impresionantes que lo
convierten en “el mejor poeta vivo de los tiempos modernos” (p.55); “El eterno
llenador” es un cuento melancólico sobre las vidas que se erosionan hacia el
vacío o hacia el vértigo; “Azul hastío” nos habla del paso inexorable de los
años, que mancillan las tradiciones y agreden a quienes se aferran a su
dignidad inmóvil; “El premio” es un relato lleno de ironía sobre el modo en que
el Destino puede zarandearnos y, a veces, conducirnos hacia la gloria;
“Diciembre sin nombre” nos reserva para la página última su envés de
amargura...
Me ha gustado el libro de arriba abajo. Y lo ha
hecho no sólo por los argumentos (que son siempre magníficos e inesperados),
sino por el fulgor de los adjetivos y metáforas que Diego Prado va colocando
aquí y allá, como diamantes dispuestos para los degustadores más puntillosos.
Los argumentos cautivarán a todos los lectores; los detalles literarios, a los
gourmets.
En conjunto, Domingos
buscando el mar es un libro convincente, maduro y de enorme esplendor, que
se lee con indesmayable entusiasmo.
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