Señores y señoras, pasen y vean. Acérquense hasta
las calles de Zarraluki y dejen que su peculiar atmósfera y su condición de
pueblo aislado lo anonaden y llenen de estupor. Observen cómo Puravida y su
padre llegan en su destartalada furgoneta, cargados con toda suerte de
estrafalarios artículos comerciales: unos espejos con peluca incorporada (para
limitar la tristeza de los calvos), unas sandalias con capota (para aminorar la
humedad en los días de lluvia), unas herraduras con plataforma (para que los ponis
se consideren más altos) o unos matamoscas con agujero (“para dar una
oportunidad al insecto”). Juzguen su estupor cuando descubran entre los
habitantes de la localidad a una maestra que dibuja frases en el aire,
utilizando el humo de su cigarro; a un panadero que no trabaja cuando sufre mal
de amores; a un peluquero (Albertucho) que pasea un ataúd por las calles de la
localidad; a un fantasma tímido y de edad avanzada (103 años); a los clientes y
camareros de un bar llamado Doble o Nada, en el que todos guardan una extrema
similitud con personajes famosos (Kurt Cobain, Tarzán, Johnny Depp)...
Contemplen con asombro el caminar tranquilo de la vaca Morfina, traída por el
alcalde desde Tombuctú y que siempre permanece rodeada por una legión de moscas
enigmáticas. Asistan como espectadores al Campeonato Internacional de
Lanzamiento de Huesos de Aceituna o viajen hasta el inquietante Faro del Fin
del Mundo, del que nadie ha regresado jamás.
Patxi Irurzun (Pamplona, 1969) acaba de editar en
el sello navarro Pamiela esta asombrosa narración llena de magia, situaciones
cómicas, recodos filosóficos y surrealismo, que se niega a abandonar las manos
del lector una vez que ha sido abierta. Lectura refrescante de verano, que no
deberían perderse.
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