Me gusta la poesía-agua. Ésa que tiene la virtud de
ser recorrida como quien nada o bucea: sabiendo que se mueve entre olas
limpias, entre gotas puras, sin Escilas ni Caribdis, sin que te falte la
respiración. Joaquín Marías Corbalán ha compuesto un libro de esas
características con el título de La senda
amarga, y la verdad es que me ha gustado mucho leerlo.
En este volumen destacan los poemas donde el poeta
rinde tributo de devoción a otros poetas, sobre todo Miguel Hernández, Federico
García Lorca y Antonio Machado, aunque también ofrece sus homenajes a músicos
como el maestro Joaquín Rodrigo (“Tan sólo es magia”), al archenero Vicente
Medina (“Cuántas cosicas”) o a un río (“Recuerdos del Nalón”). Igual de
memorables son aquellas secuencias donde se detiene a cantar la belleza de una
mujer, de la que se enamoró frente al mar (“Dama sin rostro”) y a la que aspira
a seguir queriendo incluso más allá de la muerte (“Epitafio”). En esos poemas
de amor, Joaquín Corbalán deja que los elementos de la naturaleza se sumen a su
pasión sentimental, explicándonos que el mar se siente solo cuando no tiene la
suerte de contar con la presencia de la amada (“Presiente alejarse la seda de
tu piel”) o que las nubes, implicadas con igual fervor en el éxtasis amoroso,
“dibujan tu nombre en el cielo”.
Si desean conocer un poema estupendo sobre la
llegada de la vejez y la amarga constatación de la melancolía y el vacío no
dejen de acercarse hasta “Llorando su tiempo”; si desean empaparse sobre lo que
Joaquín piensa sobre el oriolano Miguel Hernández, ahí está “A las tres de la
mañana”, donde nos hablará largamente sobre el poeta que se dirigió al pueblo y
que quiso hacerle ver las luces de la libertad; y si desean, en fin, contemplar
de qué modo tan diáfano trabaja la editorial ADIH con sus autores... no tienen
más que acercarse hasta las páginas cristalinas de La senda amarga. Joaquín Marías Corbalán les está esperando con sus
versos, sus estupendas metáforas (“los negros ojos de las chimeneas”, p.13) y
su voluntad de hablarnos de poesía mirándonos a la cara.
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