Para muchas personas, la simple mención de la
palabra Bagdad comporta una serie de elementos emocionales a los que resulta
difícil resistirse: exotismo, luz oriental, personajes subyugadores, magia. La
ciudad de Bagdad aparece asociada en el imaginario colectivo a las Mil y una noches, a la lámpara de
Aladino, al intrépido Simbad, a alfombras voladoras, a huríes que preconizaban
sin saberlo a la colombiana Shakira, a cuevas repletas de tesoros, donde fulgen
los diamantes y donde las montañas de oro ciegan la vista. Lamentablemente, la Historia (que es un río
de sangre) se ha encargado de que Bagdad signifique, hoy en día, cosas más
aciagas: disparos en las calles, terroristas que se inmolan por su fe,
inestabilidad, pobres niños que deben jugar entre cañones y fusiles, familias
enfrentadas y un odio estúpido que obliga a la población a situarse en uno de
los bandos, sin que exista posibilidad de diálogo.
Marcos S. Calveiro, sirviéndose de esa nueva y
triste situación, escribió una novela espléndida titulada El cartero de Bagdad, cuyo protagonista es Abdulwahid, un niño de
11 años que pertenece a una familia sunita, y al que las circunstancias han
separado de Ahmed, su mejor amigo, que procede de un entorno chiita. El padre
de Abdulwahid es cartero y realiza su labor sobre una bicicleta, sorteando
baches provocados por las bombas, protegiéndose como puede de los disparos que
cruzan las calles y confiando en Alá, porque entiende que repartir cartas en
medio de la guerra es “una manera de aportar un poco de normalidad entre tanto
desastre” (p.36). Es un hombre, además, interesado por el mundo de la cultura,
que le habla a su hijo de letras y de bibliotecas, y que despierta en él la
afición por las buenas historias, narradas con elegancia. Pero un día ese
hombre valioso queda herido mientras reparte la correspondencia y le hace
entrega a su hijo de una carta. Una carta especial que debe ser entregada sin
tardanza al viejo Faysal Al-Rashid. Para que su padre se sienta orgulloso de
él, Abdulwahid decide enfrentarse a todos los peligros de las calles y, con la
ayuda de su amigo Ahmed (ambos aparcarán sus diferencias), consigue encontrar
al noble anciano, que tiene una gran sorpresa reservada para ellos cuando abre
la carta en su presencia.
Esta novela, merecedora del premio Ala Delta del
año 2007, fue traducida por Ignacio Chao.
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