domingo, 5 de julio de 2015

El cartero de Bagdad



Para muchas personas, la simple mención de la palabra Bagdad comporta una serie de elementos emocionales a los que resulta difícil resistirse: exotismo, luz oriental, personajes subyugadores, magia. La ciudad de Bagdad aparece asociada en el imaginario colectivo a las Mil y una noches, a la lámpara de Aladino, al intrépido Simbad, a alfombras voladoras, a huríes que preconizaban sin saberlo a la colombiana Shakira, a cuevas repletas de tesoros, donde fulgen los diamantes y donde las montañas de oro ciegan la vista. Lamentablemente, la Historia (que es un río de sangre) se ha encargado de que Bagdad signifique, hoy en día, cosas más aciagas: disparos en las calles, terroristas que se inmolan por su fe, inestabilidad, pobres niños que deben jugar entre cañones y fusiles, familias enfrentadas y un odio estúpido que obliga a la población a situarse en uno de los bandos, sin que exista posibilidad de diálogo.
Marcos S. Calveiro, sirviéndose de esa nueva y triste situación, escribió una novela espléndida titulada El cartero de Bagdad, cuyo protagonista es Abdulwahid, un niño de 11 años que pertenece a una familia sunita, y al que las circunstancias han separado de Ahmed, su mejor amigo, que procede de un entorno chiita. El padre de Abdulwahid es cartero y realiza su labor sobre una bicicleta, sorteando baches provocados por las bombas, protegiéndose como puede de los disparos que cruzan las calles y confiando en Alá, porque entiende que repartir cartas en medio de la guerra es “una manera de aportar un poco de normalidad entre tanto desastre” (p.36). Es un hombre, además, interesado por el mundo de la cultura, que le habla a su hijo de letras y de bibliotecas, y que despierta en él la afición por las buenas historias, narradas con elegancia. Pero un día ese hombre valioso queda herido mientras reparte la correspondencia y le hace entrega a su hijo de una carta. Una carta especial que debe ser entregada sin tardanza al viejo Faysal Al-Rashid. Para que su padre se sienta orgulloso de él, Abdulwahid decide enfrentarse a todos los peligros de las calles y, con la ayuda de su amigo Ahmed (ambos aparcarán sus diferencias), consigue encontrar al noble anciano, que tiene una gran sorpresa reservada para ellos cuando abre la carta en su presencia.

Esta novela, merecedora del premio Ala Delta del año 2007, fue traducida por Ignacio Chao.

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