jueves, 23 de julio de 2015

La marca de Creta



Cada lector se pasa la vida descubriendo autores que le atraen y otros que le repelen, casi desde el punto de vista químico. Y por regla general no tiene que ver con la “calidad objetiva” del escritor, sino con los niveles de conexión que se establecen entre él y tú de forma secreta, magnética, poderosa. Con Cortázar sentí esa química desde el primer minuto. Con Borges, también. Y con Antonio Muñoz Molina. Y con Shakespeare. Jamás, en cambio, la he sentido con Faulkner, ni con Onetti, ni con Hemingway, ni con Tolstoi (cito cuatro ejemplos de cada tendencia, por parecerme suficientes). Óscar Esquivias está para mí de forma clara en el primer grupo. Desde que abrí las páginas de uno de sus libros, sentí que algo mágico emergía de ellas y se instalaba en mi interior.
Me detengo hoy en La marca de Creta, que leí con felicidad cuando le dieron el premio Setenil y que ahora devoro por segunda vez para consignarlo en este Librario íntimo, subrayando imágenes literarias que me llamaron la atención desde el primer minuto (esa “sombra dentuda de las tejas” que se menciona en el relato “Hijos de Dios”) y adentrándome más en sus personajes: ese Marco que trabaja en Banca di Roma y que, chapoteando en el pantano de una vida conyugal tediosa, comienza a sentir dolores en el pecho; ese Gerardo que estudia en una pensión y que descubrirá en la discoteca a Lali, su patrona; esas dos lesbianas que descubren en las hormigas una metáfora espléndida de su propia erosión como pareja; esa mujer que publica en un diario de Burgos unas asombrosas predicciones sobre los recién nacidos de la localidad; esas personas que pasean por la playa, angustiadas y amargadas por la consunción; ese hijo que vuelve, después de haber permanecido treinta años en Alemania, lejos de su familia; esa Mar que, en la fiesta de sus veinticinco años, toma una decisión erótica que afectará a uno de sus amigos; ese viejo escritor que arroja piedras claras u oscuras a un montón, dependiendo del día, y que acabará cercado por la horrenda sensación del ridículo...

La marca de Creta es un excelente volumen de cuentos, donde nadie debe esperar sorpresas finales (no responden a ese formato), pero donde brilla uno de los estilistas más asombrosos que tiene la literatura española.

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