Cada lector se pasa la vida descubriendo autores
que le atraen y otros que le repelen, casi desde el punto de vista químico. Y
por regla general no tiene que ver con la “calidad objetiva” del escritor, sino
con los niveles de conexión que se establecen entre él y tú de forma secreta,
magnética, poderosa. Con Cortázar sentí esa química desde el primer minuto. Con
Borges, también. Y con Antonio Muñoz Molina. Y con Shakespeare. Jamás, en
cambio, la he sentido con Faulkner, ni con Onetti, ni con Hemingway, ni con
Tolstoi (cito cuatro ejemplos de cada tendencia, por parecerme suficientes).
Óscar Esquivias está para mí de forma clara en el primer grupo. Desde que abrí
las páginas de uno de sus libros, sentí que algo mágico emergía de ellas y se
instalaba en mi interior.
Me detengo hoy en La marca de Creta, que leí con felicidad cuando le dieron el premio
Setenil y que ahora devoro por segunda vez para consignarlo en este Librario
íntimo, subrayando imágenes literarias que me llamaron la atención desde el
primer minuto (esa “sombra dentuda de las tejas” que se menciona en el relato
“Hijos de Dios”) y adentrándome más en sus personajes: ese Marco que trabaja en
Banca di Roma y que, chapoteando en el pantano de una vida conyugal tediosa,
comienza a sentir dolores en el pecho; ese Gerardo que estudia en una pensión y
que descubrirá en la discoteca a Lali, su patrona; esas dos lesbianas que
descubren en las hormigas una metáfora espléndida de su propia erosión como
pareja; esa mujer que publica en un diario de Burgos unas asombrosas
predicciones sobre los recién nacidos de la localidad; esas personas que pasean
por la playa, angustiadas y amargadas por la consunción; ese hijo que vuelve,
después de haber permanecido treinta años en Alemania, lejos de su familia; esa
Mar que, en la fiesta de sus veinticinco años, toma una decisión erótica que
afectará a uno de sus amigos; ese viejo escritor que arroja piedras claras u
oscuras a un montón, dependiendo del día, y que acabará cercado por la horrenda
sensación del ridículo...
La marca
de Creta es un excelente volumen
de cuentos, donde nadie debe esperar sorpresas finales (no responden a ese
formato), pero donde brilla uno de los estilistas más asombrosos que tiene la
literatura española.
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