Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) fue un
dramaturgo de altísima calidad que, por efecto del oleaje inmisericorde de los
siglos, ha acabado sufriendo un desgaste y un menosprecio bastante injustos: se
le suele ofrecer en ediciones infectas en las ferias del libro de ocasión; ha
recibido los denuestos de varios intelectuales de prestigio (Miguel de Unamuno,
en sus cartas a Sergio Fernández Larraín, lo calificó de “gongorino
inaguantable”, de “inflador de gaita” y de “teólogo echado a perder”); las
adaptaciones de sus títulos al mundo del cine han sido escasas y por lo general
mediocres; y sus ventas, en fin, han quedado constreñidas al territorio más
áspero y desagradable: el de las lecturas obligatorias de bachillerato y
universidad. No se merecía, el egregio autor de La vida es sueño, una erosión tan bochornosa.
Ahora, la exquisita editorial Cátedra vuelve a
ocuparse de la necesaria reivindicación del dramaturgo madrileño, entregándonos
El galán fantasma (a cargo de Noelia
Iglesias), una pieza muy interesante, de agilidad manifiesta y de personajes
que, más allá de sus rasgos convencionales, resultan atractivos y creíbles:
Astolfo, un muchacho de noble espíritu y posición acomodada, corteja con éxito
a Julia, de quien obtiene palabra de matrimonio. Pero una presencia indeseable
enturbiará esta relación: el Gran Duque Federico se ha encaprichado de la
hermosa dama y se cree con derecho de obtener sus favores. Inevitablemente, se
producirá un agrio enfrentamiento entre ambos, y Astolfo resultará muerto. No
obstante, poco tardarán los aturdidos lectores en descubrir que se trata de una
muerte ficticia y que, recuperado el galán de sus graves heridas, podrá volver
a acercarse a Julia gracias al auxilio de su amigo Carlos, que le mostrará un
túnel subterráneo que, desde su hogar, conduce al jardín de la muchacha.
Durante unas jornadas, todo el mundo acepta como algo lógico que Julia pasee de
noche entre los parterres; pero pronto empezarán las suspicacias, las celadas y
los enredos.
Decía Francisco Umbral en una de sus obras que
ningún escritor puede luchar contra su propio estilo, y en El galán fantasma es evidente que Calderón de la Barca es Calderón de la
Barca. O sea, que permanece fiel a sí
mismo: hay secuencias donde se yergue demasiado hacia el intelectualismo
expresivo (pero también lo hizo Lope de Vega en El perro del hortelano o La
dama boba); instantes donde alguna leve confusión escénica está a punto de
complicar demasiado la trama; o momentos en los que la ortodoxia de ciertos
personajes se resquebraja (los súbitos celos de Astolfo o la magnanimidad de
Federico en la secuencia de cierre). Pero no se puede negar que la pieza es, en
conjunto, habilidosa, eficaz y atractiva. Jugando con naipes perfectamente
definidos (el poderoso que abusa de su condición, el galán cuyo amor se ve
molestado, el amigo dispuesto a socorrer, el criado que vulnera de los códigos
de la fidelidad, la sirvienta timorata) e insertándolos con buen oficio en una
trama ágil, Pedro Calderón de la
Barca nos ofrece una comedia digna de ser recordada con
respeto.
La editorial Cátedra continúa ampliando su catálogo
con obras realmente notables, que la convierten en un referente nacional e
internacional. En este caso, con una producción de capa y espada que hubiera
podido firmar el Fénix de los Ingenios sin ningún tipo de rubor.
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