La niñez y la adolescencia son períodos en los que
nuestro carácter se encuentra en proceso de construcción, y quizá por eso las
influencias positivas y negativas que sobre nosotros gravitan durante esos años
pueden llegar a convertirse en huellas indelebles. Es lo que le ocurre a
Atanasio Cuervo Feliz, protagonista de El
camino de las luciérnagas, de Mónica Rouanet. En el año 1985, éste era un
muchacho tímido, acomplejado con su nombre, incapaz de relacionarse con soltura
con los chicos y chicas de su entorno, centrado en sus estudios, respetuoso con
la familia y con los religiosos de su colegio y que, de pronto, se vio alterado
en su rutina por la presencia de un muchacho llamado Anselmo Pandero, que se
incorporaba como nuevo alumno a su aula. Éste era todo lo contrario que él:
guapo, mentiroso, vago, bebedor, fumador y, sobre todo, insuperable en su
faceta manipuladora. Durante unos meses, Anselmo (Hans) se adhirió como una
lapa a Atanasio (Tano) y se dedicó a obtener de él ayuda en los exámenes y en
sus escapadas nocturnas, intentando que se sintiera culpable cuando no le
prestaba el auxilio incondicional que éste le exigía una y otra vez, insaciable
y egoísta.
Ahora, un cuarto de siglo después (2011), Atanasio ejerce
como secretario judicial y está felizmente casado con una forense llamada Paula
(quien fue durante unas semanas la “novia oficial” de Anselmo). Acaba de llegar
a sus manos el expediente de un siniestro que debe ser investigado, por sus
extrañas características: han muerto tres personas en un anómalo accidente de
coche. Son los padres y el hermano de Anselmo, a quienes Atanasio creía ya fallecidos.
De ese modo tan desagradable, el obsceno manipulador vuelve a irrumpir en la
vida de Tano, y lo hace con los modales y el temperamento de siempre: queriendo
que le eche un cable en la resolución del papeleo, coaccionándolo para que haga
la vista gorda ante los detalles oscuros... e insinuándole que entre Paula y él
guardan un cenagoso secreto que jamás le han confesado.
Alternando con eficacia y fluidez los episodios
temporales (1985-2011), la alicantina Mónica Rouanet consigue con esta novela
una narración de enorme belleza y magnetismo, que desde luego es imposible
conseguir por casualidad. No les extrañe que nos encontremos ante una de las
voces más interesantes de la narrativa española de los próximos años. Estén
pendientes del augurio. Y empiecen leyendo este volumen que publica con la
elegancia habitual el sello La Fea
Burguesía.
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