Dentro del mundo de la literatura infantil y
juvenil hay, como en botica, de todo: autores magníficos, autores mediocres,
editoriales que trabajan con seriedad y editoriales mamarrachas. El sello Edebé
lleva muchos años trabajando con un enorme pundonor y con excelentes resultados
en ese sector tan difícil, y prueba de ello son los premios que anualmente
convoca para obras destinadas al público adolescente, que suelen recaer en
textos espléndidos.
En 2007, el ganador en la categoría infantil fue
Rodrigo Muñoz Avia (Madrid, 1967), que pronto vio editado su relato Los perfectos en la colección Tucán, con
ilustraciones de Tesa González. En él descubrimos por boca de su protagonista
la historia de Álex, un chico con un único problema grave: todos los miembros
de su familia son demasiado perfectos. Su padre es físico teórico, y tiene un
buen trabajo en la universidad, donde es respetado y valorado; su madres es una
reconocida decoradora, que publica reportajes en revistas punteras; sus
hermanas son modélicas: guapas, simpáticas, bien educadas, con sobresalientes
en todas las asignaturas... Todos en la familia adoran el orden, odian el
ruido, mantienen unas costumbres ideales, rechazan el tabaco, comen alimentos
sanísimos, repudian las discusiones y dialogan para llegar a acuerdos... Tanta
perfección agobia al chico, que se empeña en descubrir alguna lacra en su
entorno, sea cual sea: dar gritos, meterse el dedo en la nariz, sorber la sopa.
Le da igual. Lo que sea. Algo que le permita comprobar que está rodeado de seres
humanos.
Para esa tarea detectivesca cuenta con la ayuda de
su mejor amigo, Rafa Panocha, que procede de una familia antípoda de la suya:
espontáneos, más bien alocados, ruidosos, caóticos, comedores de bollería
industrial y adictos al desorden, pero de gran simpatía, solidaridad y nobleza.
¿El resultado? Pues que Álex descubre esos fallos
que andaba buscando... y no le gustan nada. Pero descubrirá también que la
franqueza y el diálogo dentro de la familia ayudan a afrontar los conflictos y
a solucionarlos.
Una obra, pues, donde los valores familiares y los
valores de la amistad planean de principio a fin, vertebrando y dándole color a
la novela, pero donde no se cae jamás en ñoñerías y demás lacras de la
corrección política. Rodrigo Muñoz Avia ha sabido mantener un tono ágil y
divertido en su relato, dando siempre la sensación de que quien habla es
realmente un niño (admirable logro, que no todos los representantes de este
género consiguen) y manteniendo la atención de los lectores sin altibajos y sin
puntos negros.
Una obra sin duda muy recomendable para que los más
jóvenes lean durante este verano.
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