John William Polidori obtuvo la licenciatura en
medicina a la edad de 19 años, con una tesis sobre el sonambulismo. Poco
después, ya era médico que gozaba de la amistad de lord Byron. A los 26,
todavía jovencísimo, se suicidó tomando ácido prúsico. Son pinceladas de una
vida trunca que, para el mundo literario, dio al menos un fruto de
extraordinaria importancia: El vampiro.
Este breve narración nació en junio de 1816 (pronto cumplirá dos siglos),
cuando varios de los amigos que se reunían en casa de lord Byron aceptaron el
reto de escribir una historia de ambiente fantasmal o macabro. Mary Shelley
concibió entonces su memorable Frankenstein
o El moderno Prometeo y Polidori hizo lo propio con la obra que, traducida
por Camila Loew y publicada por el sello La
Otra Orilla , comento hoy.
Estamos en Londres, y allí se van a conocer dos
personas antagónicas: el oscuro lord Ruthven (un hombre misterioso y de quien
nadie conoce demasiados detalles) y Aubrey (un muchacho rico y huérfano que
está comenzando a vivir). La amistad que poco a poco se va fraguando entre
ambos alcanzará un instante de espesa inquietud cuando Aubrey, tras escuchar a
la hermosa griega Ianthe un relato sobre vampiros, se estremezca al darse
cuenta de que la chica le está dando “una descripción bastante ajustada de Lord
Ruthven” (p.42). ¿Será verdad que su enigmático acompañante es un ser de
ultratumba, un engendro de alma podrida? Tras un encuentro con unos bandidos,
lord Ruthven recibirá una herida que pronto se gangrenará y pondrá fin a su vida,
aunque antes de expirar le exigirá a Aubrey un curioso juramento: que no dirá
nada sobre él a persona alguna durante un año y un día. Creyendo que se trata
de un pacto sin importancia, Aubrey lo jura... Pronto comprobará hasta qué
punto su existencia va a dar un vuelco con ese error.
Escrita con una prosa sobria y eficaz, esta novela
se lee más fácilmente que la redactada por Mary Shelley, sin que su influencia
literaria haya sido menor. Un texto genesíaco y recomendable.
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