Martín López-Vega es un escritor joven. No se
confunda ese sintagma con el de “joven escritor”. Ser un joven escritor es un
accidente; ser un escritor joven es una cualidad estilística y espiritual.
Significa que se afronta el hecho creativo con unos ojos siempre nuevos,
siempre preparados para la maravilla, con esa verdad honda que dejó esmaltada
Federico García Lorca al definir al poeta como un pulso herido que ronda las
cosas del otro lado (Poeta en Nueva York).
Con esa cualidad instalada en el alma y una férrea determinación de “decirse”
en forma de versos, López-Vega publicó Gajos
con el sello editorial Pre-Textos.
En él nos asalta un mundo cultural muy amplio, con
referencias a pintores (Vermeer, Marc Chagal), filósofos (Plotino), músicos
(Bach) y escritores de todos los tiempos (Propercio, Wallace Stevens, Emily
Dickinson); pero también un mundo de paisajes múltiples (Roma, Lisboa,
Barcelona, Manhattan, Hungría), que forman un rico tejido de visiones e
influencias y que impresionan la retina y el ánimo del escritor. Con ese
equipaje sensual y sentimental, López-Vega abordará la exploración de distintos
ámbitos de conocimiento. En primer lugar se volverá sobre sí mismo, y
descubrirá la dimensión exacta de su esencia (“Soy un animal propenso a la
elegía”, p.10), que verterá en poemas rotundos como “Autorretrato” o “Canción
del verano de 1982” ,
o en ese delicioso texto que titula “Puesto” (p.44), en el que nos habla de la
más melancólica de las almonedas. Pero el análisis no se detiene en las
fronteras de la epidermis, sino que se extiende hacia la persona que acompaña
en el camino del amor, a quien dedica palabras de una dulzura que conmueve por
su transparencia (“Cuando estoy sin ti colecciono lugares /en los que me
gustaría estar contigo”, p.21).
Pero hay más cosas en esta obra. Martín López-Vega,
consciente de pertenecer al mundo, es incapaz de sustraerse a sus horrores e
imposiciones. Así, el duro escándalo emocional del 11-M estará presente en su
poema “Ecuación”, tan apolíneo como conmovedor, en el que llega a preguntarse
en qué punto nos habremos equivocado, en qué instante comenzamos a hacer mal
las cuentas de nuestra civilización y de nuestro modo de vida.
Gajos, libro tradicional y experimental a la vez
(equilibrio perfecto), nos trae a un autor que apuesta por el riesgo formal y
por las aventuras literarias llenas de osadía, porque sabe que ellas son las
que, al final, entregan los frutos más jugosos a quien se atreve a emprenderlas
(“Prefiero siempre el camino de ida”, p.38). Y si es verdad que la poesía y la
belleza pueden estar aguardándonos en cualquier sitio, como López-Vega nos
propone en su texto “La viajera de madrugada”, convendremos en que Gajos también cumple esa función
reveladora en muchas de sus páginas.
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