Esta novela que publicó la editorial Candaya y que
hoy recupero para el Librario (Click)
fue redactada por el narrador murciano Javier Moreno. Su protagonista es un
curioso personaje llamado Quisque Serezádez, náufrago vital y auténtico
electroimán metafísico que, en la línea de un Horacio Oliveira cortazariano,
circula por la existencia como lo haría un electrón obediente a las leyes de la
física cuántica: girando, aproximándose a sus semejantes, rechazándolos,
manteniendo siempre posturas estroboscópicas. Ónfalos de un mundo vertiginoso,
Quisque guardará un equilibrio dinámico entre su jefe Acisclo (que dirige la
estrafalaria revista “Zienzia”) y varias mujeres trascendentes: desde aquella
Mercedes infantil que lo perturbó hasta las actuales Inga (modelo, casada con
un hombre que viaja mucho), Sónica (una desgarrada periodista que murió en el
Congo porque se negó a ponerse un antiestético chaleco antibalas), Mymmi
Ladoncella (una peculiar actriz porno que no acepta la penetración vaginal pero
que repleta sus horas con escenas anales y bucales de primoroso detallismo),
Carolina (esposa de Acisclo y amante esporádica de Quisque) o Vivianna (una
quinceañera venida de Colombia que une a la extrema voluptuosidad de sus bailes
una innegable malicia, que le terminará ocasionando problemas al protagonista).
En ese torbellino de emociones se engarzan también
las matemáticas (de las cuales ha cursado estudios Javier Moreno), las cartas
astrales (la de Quisque Serezádez se nos comenta con amplitud), las parodias
que tienen como ejes a George Bush y Saddam Hussein (pp.89-97) y un buen caudal
de sorpresas en la secuencia final de la obra, que depara más de un asombro. La
pericia de Javier Moreno no deja lugar a dudas. Construye con muchos elementos
heterogéneos y aparentemente inarmónicos una narración sólida, de solvente
textura y sostenido equilibrio, que se lee con creciente curiosidad y que
incluye proyectos de vida ideales (“Nacer en un fragmento de ópera, morir en un
vals y vivir en un bolero”, p.145), lirismos de poderosa fortaleza (“El orden
alfabético de la ausencia”, p.57) y fragmentos narrativos de vigorosa
escritura. No convendría que dejásemos escapar la ocasión de conocer de primera
mano las páginas de esta novela, donde se encierra el germen de un escritor-submarino:
se mueve con la misma fiabilidad sobre la línea del agua que bajo ella. Y ese
síntoma es bueno. Francamente bueno.
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