Tiene toda la razón Christopher Paul Curtis cuando
afirma, hacia el final de su libro, que escribir sobre la esclavitud de los
negros norteamericanos es algo espantoso, y que el tema es francamente
sobrecogedor “en especial para una novela escrita en primera persona” (p.362).
Sí que lo es. Pero sin duda él ha resuelto el embrollo de una forma elegante y
tierna en esta obra que, traducida en España por Alberto Jiménez Rioja, publica
con acierto la editorial leonesa Everest.
En ella se nos relatan las aventuras de Elías
Freeman, un niño que tiene algo que lo vuelve especial: él fue “el primer niño
nacido libre en el Asentamiento Elgin” (p.31), una colonia de antiguos esclavos
que se instalaron en Canadá, y que desde allí se convirtieron en un reclamo
para que los negros que vivían más al sur, en Estados Unidos, lograsen la
libertad y la dignidad. En estas páginas excelentes conoceremos al Predicador
(un oscuro y enigmático personaje en el que los habitantes del poblado confían,
aunque al final les pesará hacerlo), a Cúter (el mejor amigo de Elías, un chico
alocado y lleno de fantasías), a Ma y Pa, los padres del protagonista (que
tratan de enseñarle la forma correcta de actuar, aunque él no siempre se lo
ponga fácil, con sus travesuras e inquietudes), al señor Leroy (un leñador de
pocas palabras, que atesora una triste historia en su pasado) y a otros, que
llenan la historia de momentos de humor y carcajadas, pero también de instantes
de gran dignidad (como el episodio del señor Holton) y de enorme dramatismo (como
el encuentro de Elías con unos esclavos que se saben condenados a muerte).
Un libro magnífico, escrito con brillantez, que
ayudará a todos los lectores a comprender el bochorno de la esclavitud humana.
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