Jacinto Benavente, aunque obtuvo en 1922 el premio
Nobel de Literatura, nunca ha sido autor demasiado leído en España. Pero hay
que reconocer que, incluso aceptando los prejuicios que sobre él se formulaban
y se formulan (que escribía para la alta sociedad, que sus temas son ñoños, que
ha resistido mal el paso del tiempo), algunas de sus obras teatrales siguen suscitando
hoy en día una lectura placentera. Es el caso de Los intereses creados, donde la pareja formada por Leandro y
Crispín llega a una ciudad en la que, pobres y perseguidos por la justicia, buscan
la forma de instalarse y medrar. Crispín, el sirviente, idea una estrategia
donde la picaresca y la cara dura se alían: fingir que son personajes de
elevada alcurnia a quienes se debe servir con prontitud y magnanimidad, sin la
menor vacilación. Dada la facundia del criado, caen en la trampa los personajes
más variopintos (un hostelero, un poeta, un capitán...), quienes se verán poco
a poco enredados en una trama donde las deudas crecen, el humo es más denso y
la dificultad de salir del embrollo es mayor.
Por fin, una posibilidad también muy castellana se
presenta ante los ojos de los dos aventureros: la hermosa hija de Polichinela,
futura receptora de una gran cantidad de dinero. Si consiguen su mano para
Leandro, todas las asfixias de tipo económico se disiparán como por arte de
magia. Pero se unen de pronto varios elementos en una cadena indisoluble: la
reticencia de Polichinela, la suspicacia de otros protagonistas y el corazón de
Leandro, que se ha enamorado verdaderamente de la bella Silvia y que se niega a
jugarle una mala pasada ofreciéndole un matrimonio fraudulento.
La lectura nos deja como enseñanza que el dinero
está en el fondo de todas las acciones de los personajes (¿de todos los seres
humanos?), creando vínculos, generando obligaciones y provocando actos.
Arlequín, que no paga lo que come y bebe, lamenta con enorme cinismo: “¡Todo ha
de ser moneda contante en el mundo!”; Sirena, que adopta una actitud similar,
afirmará: “¿Es que ya no se paga más que con dinero? ¿Es que ya sólo se estima
el dinero en el mundo?”... Todos viven fusionados a esa realidad económica, que
los determina de un modo férreo. En ese contexto, al menos Polichinela tiene la
ingrata coherencia de admitirlo: “Yo pienso que sin dinero no hay cosa que
valga ni se estime en el mundo”. Agridulce.
2 comentarios:
Personalmente disfruté la lectura de esta comedia de polichinelas con la que el autor intenta mostrar la moral de la burguesía de su tiempo (que no difiere mucho de la del nuestro): la falsedad para conseguir lo que se quiere. Tal vez sí que criticaría que en algunas intervenciones se pierde el decoro lingüístico de los personajes (el pícaro Crispín en ocasiones parece un filósofo).
Un saludo.
A modo ce la Comedie francesa y del gusto de la época, creo que es una buena e ingeniosa forma de reflejar las contradicciones de una sociedad, sus vicios más que sus virtudes. Sin ir más allá, creo que es una obra que debe conocerse. Salud y feliz año.
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