La familia en la que se ha criado Alfred Monkton no
es, ni mucho menos, sencilla o convencional. A su condición de burgueses
acomodados y aun ricos se les une, por desgracia, un indeleble estigma de
locura que va afectando a todos sus miembros. De ahí que cuando el joven
heredero plantee su voluntad de casarse con la hermosa Ada Emslie todos juzguen
inapropiado o temerario su comportamiento. ¿Acaso no es consciente de que en
cualquier instante puede aflorar en él el ramalazo de la demencia? ¿Y no ha
previsto que el matrimonio puede aparejar el advenimiento de hijos que
perpetúen la mancha de su trastorno? En principio, Alfred Monkton parece libre
de la amenaza; pero de pronto su conducta varía y se concentra de un modo
maniático en la búsqueda del cadáver de su tío Stephen, que falleció durante la
celebración de un duelo en algún lugar de Italia. Nadie se explica muy bien por
qué Alfred ha adoptado esa actitud, pero lo ha hecho con inusitada firmeza: ha
abandonado su residencia en el Reino Unido, ha viajado hasta Italia, ha
pospuesto sine die (con el respaldo de Ada Emslie) la fecha de su enlace
nupcial... El narrador de la historia, ajeno a la vida de Alfred Monkton, tampoco
tiene las respuestas a estos enigmas; pero se va a ver envuelto en una serie de
situaciones que lo asombrarán y lo llenarán de inquietud. Él, que jamás ha
creído en la existencia de espíritus (“Yo era un total descreído en historias
de fantasmas, pues me parecían ridículas”, p.57), tendrá que escuchar de labios
de Alfred una anonadante narración donde imágenes de ultratumba, profecías
anotadas en antiguos documentos de la abadía de Wincot e inquietantes
casualidades le saldrán al paso y harán tambalearse su modo realista de ver la
vida. ¿Será verdad que estamos cercados en todo momento de presencias
espectrales? ¿Y será verdad también que algunas de ellas quieren decirnos
cosas, abrirnos los ojos, guiar nuestros pasos? Tan sugerente como en él es
habitual, Wilkie Collins nos ofrece en estas páginas (traducidas por Diego
Alonso para la editorial Eneida) un relato donde pasea por los nebulosos
límites entre lo creíble y lo increíble, entre la normalidad y la anomalía,
entre la calma y la locura. Y lo hace con los ingredientes más exquisitos de su
alambique: el sentido del humor, la mirada psicológica, las descripciones
elegantes y una soberbia construcción arquitectónica de la trama. Admirable.
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