domingo, 31 de agosto de 2014

Yonqui



Hay personas (lo explicaba el extremeño Pascual Duarte) a quienes, desde su nacimiento, se les ordena “tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”. Y esos seres, que por lo común no suelen tener voz en el mundo de las letras, están retratados perfectamente en la última novela de Paco Gómez Escribano. Su título es Yonqui y lo ha publicado el sello donostiarra Erein con una portada muy efectista de Cristina Fernández. Su protagonista es El Botas, un chaval de 16 años que se ha criado y vive en el barrio periférico de Canillejas, anexionado a Madrid. Estamos en 1978, en pleno alborear de la democracia. El cuadro familiar en el que se mueve El Botas es tremendo: un padre muerto de cirrosis, una madre borracha, una hermana que se largó para vivir en una comuna hippie, unos estudios rudimentarios (“Había ido al colegio algún tiempo, lo suficiente para aprender a leer y a escribir”, p.13) y una novia que, maltratada por condiciones sociales de idéntico calibre, ejerce la prostitución callejera. En esas condiciones, no es raro que su vida gire alrededor de media docena de rituales primitivos: emborracharse, meterse droga, perpetrar algunos atracos, escuchar música cañera y relacionarse con sus amigos de siempre, que se parecen a él como se parecen las gotas de agua.
Pero una situación así no puede ser mantenida durante mucho tiempo, porque genera un desgaste y unos dolores demasiado agudos: crisis de ansiedad, monos ocasionados por la droga, muertes de colegas… El Botas, que es duro pero no es imbécil, sabe que tiene que imprimir un giro radical a su existencia. Sobre todo, después de conocer a Lola y enamorarse “hasta las trancas” de la muchacha. No puede ofrecerle un futuro de yonqui condenado a muerte, ni ella está dispuesto a admitirlo (“Si me quieres, cambiarás. Y si no, es mejor que no nos veamos más”, p.148); así que tiene que decidirse por una salida, ahora que aún tiene las manos firmes en el timón.
Paco Gómez Escribano consigue con esta novela un texto memorable y sólido, en el que logra un resultado dificilísimo: que tú te creas de verdad que estás escuchando a un joven yonqui. Son sus palabras. Es su tono. Son sus muletillas verbales. Es su desgarro. Son sus ideales, ambiciones y miserias. De ahí que ésta sea una de las novelas más auditivas que he leído últimamente. Pero ojo, porque auditiva también era Matando dinosaurios con tirachinas, con la que Pedro Maestre obtuvo el premio Nadal en 1996. La diferencia estriba en que Yonqui es una buena novela.

Paco Gómez Escribano no ahorra sordideces, absolutamente necesarias para darle credibilidad a su historia (robos con intimidación, hostias en el Metro, caras cortadas a navaja, peleas de bar, atracos con violencia, tiros en las rodillas), pero sabe mantener siempre el equilibrio justo para quedarse en el retrato fiel y no incurrir en el esperpento. ¿Lección moral? Ninguna, por supuesto. Esta novela no es una apología ni una sátira; tampoco una parodia o una condena. El autor madrileño ha querido colocar nuestra silla dentro de barrios marginales y mostrarnos cómo viven, cómo sienten y cómo sobreviven o mueren algunos de sus protagonistas. Era un empeño complicado, que habría arrollado a otros narradores menos solventes, pero les aseguro que él lo resuelve con una brillantez inmaculada. Apúntense esta obra porque los dejará con la boca abierta.

1 comentario:

Paco Gómez Escribano dijo...

Gracias, Rubén, compañero. Un abrazo.