Joaquín García Box parece haber llegado al mundo de
la literatura, ante todo, para sorprender. De buenas a primeras, y con más de
cincuenta años consignados en el DNI, este arquitecto técnico se dejó caer con
una propuesta tan voluminosa como llamativa, Los 96, una historia de ángeles y profecías mayas. Y ahora, en el
año 2014, descarga ante nuestros ojos las casi quinientas páginas de Santa Claus en la villa olímpica, donde
cambia el rumbo de su narrativa para pasar de lo apocalíptico al humor, de lo
religioso a lo laico, del disparate místico al disparate imaginativo. Y la
verdad es que el resultado ha sido notable.
Centrémonos en la figura de su protagonista. Se
llama Agripino Aliaga Anónima. Su padre es un gandul alcohólico y su madre una
extranjera de la que no tiene más noticia. Es un niño no demasiado alto (de
adulto medirá un metro cincuenta y ocho) y con unas hambres insaciables
(llegará a los ciento cincuenta kilos, como resultado de sus pantagruélicas
ingestas). Su vida erótica se inicia con masturbaciones preadolescentes
(inspiradas en la voluptuosa madre de su amigo Pencho) y se concretará sólo con
una mujer: Agustina, dulce, preciosa y en silla de ruedas, amén de seguidora de
Kiko Argüello. Entre sus amigos destaca Basti (que ingresará en la Legión y será secuestrado
por los talibanes iraquíes), Fulgencio (propietario de un pene descomunal y de
una fuerte vocación religiosa, que le llevará al seminario), Charli
(obsesionado con la idea de ser marqués) y Pascual y Lucía (promotores de un
espectáculo de horror en el que Agripino actuará de Santa Claus Predator). Su
máximo vicio han sido, desde la infancia, los cigarrillos; y en su madurez le
germina en la cabeza una idea: lograr que el tabaco obtenga la consideración de
deporte y, por tanto, acumule opciones para ser reconocido como disciplina
olímpica.
Como es evidente, las mejores páginas de esta obra
son aquellas que se centran en las vetas humorísticas. Así, cuando Joaquín
García Box retrata a una familia franquista y nos explica que en ella «el
nombre de Carrillo era detestado hasta tal punto que toda palabra que comenzase
por las letras Ca estaba abolida del
diccionario de esta familia a excepción, claro está, de castración, catequesis
y el catecismo» (p.184); o la hilarante escena en la que se reproduce el
diálogo entre Agripino, vestido de Santa Claus, y un guarda de seguridad, que
le niega el acceso a unos grandes almacenes (páginas 301-306); o la
descacharrante enumeración de finalistas de su certamen nicotínico, con sus
respectivas habilidades y rarezas (páginas 403-409).
Sumemos a todo esto —que ya sería bastante para
repletar una novela— un nutrido grupo de referencias literarias y
cinematográficas, personajes de la actualidad, sugerentes escenas de sexo (en
las que el alcohol, el tabaco y las drogas se introducen para potenciar el
placer de los participantes) y alusiones a sucesos de los últimos años
(corrupción política, urbanismo fraudulento, pérdida de ideales, dinero fácil
en negocios turbios, invasiones militares de dudosa legalidad) y obtendremos
una novela de gran fluidez, con la que Joaquín García Box da un paso adelante
en su trayectoria. ¿Qué puede ser lo siguiente que entregue a la imprenta? Sólo
él lo sabe. Pero seguro que se toma un largo período de reflexión y escritura
para perfilarlo.
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