“Cualquier paso que yo he dado en mi vida, entiendo
que ha sido por amor”, dice Clara Ribalta, la monja protagonista de este libro,
en su página 261. “Hay pocos gestos que yo haya hecho que no hayan sido gestos
de amor”, le confesaba Antonio Gala a Joaquín Soler Serrano, en una entrevista
televisada hace años. Demasiado parecido para que se trate de una simple
casualidad. Y si a tal similitud de posturas vitales añadimos que Clara Ribalta
(la hermana Nazaret) abandona su convento por una crisis íntima, y que al
escritor de Ciudad Real le ocurrió lo mismo en la Cartuja , convendremos en
que esta obra tiene mucho de aparentemente autobiográfica.
Una autobiografía, todo hay que decirlo, redactada
con una prosa sugerente, algodonosa, llena de efluvios musicales, de ternura
sin fin y de orquestación de violines: nadie va a negarle a estas alturas
(¿harturas?) al escritor de Brazatortas su facilidad de palabra. Y yo le
concedo también ese título. Pero lo que me niego a admitir es que este
soporífero tocho de casi cuatrocientas páginas sea una novela, ni tenga pulso
ni atractivo de tal. No basta con “escribir bien” para “escribir novelas”: hace
falta construir una trama, moldear unos personajes sólidos y creíbles, y
engarzar todo eso con tino y sensatez. ¿Y qué es lo que hace Gala en este
libro? Pues, en síntesis, dividir su obra en dos partes, y elaborar en ella dos
plastas de difícil digestión: la primera (“La hermana Nazaret”) no pasa de ser
un catálogo gerontológico de escaso interés novelesco; y la segunda (“Clara
Ribalta”) es una colección de diapositivas donde Gala nos endilga su particular
catecismo, sus preguntas y respuestas sobre Dios, el alma, la fe y la muerte.
En suma, un plomazo de proporciones más que considerables, donde nuestro
bastonero más mercantil y melifluo vuelve a demostrar que es el fray Gerundio
de Campazas de la cursilería, el Paravicino de la ñoñez verbosa, el Ramonet de
las perogrulladas.
El maestro Fernando Lázaro Carreter escribió, en
1980, un juicio que podría aplicarse perfectamente a este libro de Gala: “Es
natural que la cólera se desate contra el escribidor por habernos arrebatado un
trocito de vida tan tontamente”. Eso es lo que ocurre. Que mientras que
podríamos haber empleado nuestras horas (que, como se sabe, están contadas)
leyendo un volumen meritorio, honesto, profundo y enriquecedor, las hemos
malgastado acercándonos a esta monja (que como personaje es bien poco
sostenible) y a este argumento (que está confeccionado con hilvanes tan
frágiles que se encuentran al borde del descosido). Es una exhibición
lamentable de morro que un autor tan admirado como Antonio Gala acepte pergeñar
ladrillos tan infumables como Las afueras
de Dios, sobre el que sus estudiosos futuros pasarán necesariamente de
puntillas.
Una vez escribió el corrosivo Voltaire: “La Fama dispone siempre de dos
trompetas. Una de ellas, aplicada a su boca, celebra las hazañas de los héroes;
la otra trompeta se la aplica al ano, y se sirve de ella para enterarnos del
fárrago de volúmenes recién publicados, que se escriben en un mes y mueren en
un día”. Yo tengo muy claro con cuál de las dos trompetas celebrará la Fama este libro de Antonio
Gala. Si ustedes desconfían de mi palabra o entienden que exagero (lo cual es
legítimo), léansela. Y luego hablamos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario