Llega un momento clave en la vida de toda persona
en el que, inevitablemente, quiere volver atrás, recrearse en el ayer, trazar
la línea de la suma. Sucede en ese día que se tienen ya más años por detrás que
por delante, y la memoria y la nostalgia nos piden establecer el inventario de
lo que se ha hecho, de lo que queda por hacer y de lo que, por desgracia, ya no
podrá hacerse. Tal circunstancia ha sido reflejada en el cine (“Volver a
empezar”, de José Luis Garci; o la invocación legendaria a Rosebud en “Ciudadano
Kane”, de Orson Welles), en la poesía (Eloy Sánchez Rosillo o Francisco Brines
son dos buenos cultivadores de esa línea temática), en el teatro (esa historia
rencorosa que Friedrich Dürrenmatt tituló La
visita de la vieja dama; o la tremenda pieza El malentendido, de Albert Camus) y en otras artes.
Carmen Martín Gaite decidió retomar el asunto bajo
la piel de Amparo Miranda, una empresaria española con amplio éxito en Nueva
York que, cuando sus negocios ya funcionan prácticamente solos y sus hijos se
han independizado, concibe la idea de volver a su pequeña ciudad natal. Y lo
más sugestivo de esta espléndida novela es que Martín Gaite no nos explica
(quizá hubiera sido una equivocación) el porqué de este retorno. Nos quedamos
sin saber, en verdad, la causa de esta proustiana búsqueda del tiempo perdido.
Quizá (aventuremos una hipótesis) porque ni siquiera sea una búsqueda, en
sentido estricto. Más bien, lo que la protagonista quiere comprobar es si, como
decían los Beatles en una de sus canciones últimas, la vida fluye “within you
and without you”: si todo sigue latiendo, y cómo lo hace, cuando nosotros ya no
estamos aquí. Y el recurso que Martín Gaite elige para que su Amparo Miranda se
enfrente otra vez al mundo provinciano que dejó a su espalda hace años es
volverla invisible, sumergiéndola tras el anonimato de su apellido marital:
“Mrs. Drake”. De ese modo puede mirar sin ser vista y oír sin ser escuchada. La
ignorancia ajena favorece su libertad de movimientos y la permite recorrer las
calles sin que nadie interrumpa su rememoración o falsee su presente.
La historia, como es natural, no se estanca en este
personaje único. Y esa es otra de las grandezas de la novela, porque la autora,
lejos de resignarse al urdimiento de una historia unipersonal, vuelve a darnos
una soberbia lección de narrativa y teje alrededor de Amparo Miranda media
docena de magistrales personajes que enriquecen el volumen y le añaden una
infinita diversidad.
Si tuviera que buscarle un defecto a este libro
(créanme que es bien difícil, y que lo hago para no incurrir en el derroche de
incienso), indicaría el hecho de que Amparo Miranda, cuando vuelve a Nueva
York, siente que una energía nueva la recorre y que debe cambiar de mentalidad
y de modo de vida. Es un recurso al tópico liberador que oscurece el final de
la obra. O quizá sea que la vida se le ha puesto tan cuesta arriba a Amparo
Miranda que, tras mirarse en el ayer, está imposibilitada para drogarse con la
facilidad de la amnesia. Al fin y al cabo, la propia Martín Gaite escribió una
vez un poema al que tituló “Todo es un cuento roto en Nueva York”. Quizá la
vida de su protagonista sea, también, un cuento roto.
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