En el mundo de la literatura, lo que distingue a un
gran fabulador no es su capacidad para extenderse (si aceptáramos esta idea
deberíamos admitir que Juan Antonio de Zunzunegui lo es: aberrante conclusión),
sino su capacidad para “concentrarse”, para aquilatar mirada y vocabulario y
poner ambas cosas al servicio de la disciplina narrativa. El escritor de raza
intuye, detecta, conoce y usa (por ese orden) los mecanismos que habrán de
conformar su materia narrativa. Y si realiza bien su labor (lo que constituye
un albur, que no sólo de su voluntad depende) obtendrá una obra que tal vez
supere o infrinja la crueldad de los calendarios.
Manuel Moyano (Córdoba, 1963), que desembarcó en
las arduas playas del cuento con su volumen El
amigo de Kafka (tomo que exhibía una absoluta perfección y que obtuvo el
premio Tigre Juan en el año 2002), es también el autor de El oro celeste, una selecta gavilla de fábulas donde nos vuelve a
deslumbrar con su técnica depuradísima, con su olfato para descubrir historias
singulares y para trasladarlas al papel del modo más exquisito, y con la
exactitud logarítmica de su sintaxis. Manuel Moyano es un demiurgo habilísimo,
al que no hay matiz que se le escape en el ejercicio de su actividad literaria.
De ahí que sus relatos alcancen la meseta de la perfección en cuatro, diez o
quince folios, porque tiene ojos de acuarelista, oído de luthier y un
diccionario lleno de palabras y de sensibilidad instalado en la muñeca.
Los lectores que tengan el buen gusto de sumergirse
en este libro descubrirán en él muchas historias inolvidables: el títere que
lamenta el bochorno de su mediocridad; las melancolías derrotadas de Paco
Pérez; las peripecias de Medardo, que se disciplinó para ser un caballo y que
perseveró en su mutación; la inquietante aventura hipnótica de Benjamín
Arrieta; o ese texto magnífico titulado “El espíritu del griego”, donde se
juega con la posibilidad de que Aristófanes nos transmita desde el más allá
(con la ayuda de un médium casi analfabeto) una comedia inédita.
Manuel Moyano es un escritor brillante,
sorprendente y lleno de magia. No lo descubran ustedes los últimos.
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