El hombre que esmaltó la frase “Picasso es un
genio; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco”; el iluminado que se
consideraba el salvador de la pintura; el cisne paranoico de Port Lligat; el
egocéntrico artista que escribió: “Soy el genio de más amplia espiritualidad de
nuestra época, el auténtico genio de los tiempos modernos”; el desequilibrado
al óleo que hizo del pincel un bisturí freudiano, un escalpelo metafísico y una
caja registradora. Ese hombre, Salvador Dalí, fue homenajeado por la editorial
Tusquets con una publicación cuidadísima de sus libros principales. El primero
de la serie no podía ser otro que este Diario
de un genio, que resume bien las rarezas (impostadas o no) y las
excentricidades sin cuartel de uno de los pintores más impactantes del siglo XX
español.
Así, nos comunica sin ninguna cortapisa sus más
sarcásticos juicios filosóficos (dice que el alemán Friedrich Nietzsche fue “un
hombre débil, que había tenido la debilidad de volverse loco”, p.25) o sus más
enérgicas posiciones de amistad (no cesa de recordarnos a Federico García
Lorca, “el ser más apolítico que jamás he conocido”, p.110; y a Pablo Picasso,
“el hombre más dinámico”, p.219). Pero no se detiene ahí. Con prosa detallista,
nos habla de sus deposiciones (tamaño, frecuencia y color), de las películas
que le gustaría filmar (cuyos argumentos, que no tienen desperdicio, se recogen
entre las páginas 132 y 135) o de la infinita perplejidad que le provoca la
existencia gris de sus semejantes (“Cada vez me cuesta más comprender cómo los
demás pueden vivir sin ser Gala o Salvador Dalí”, p.160). Nada consigue frenar
a este artista que se gustaba como “supremo provocador” (p.268) y que hizo
pública ostentación del “colosal escándalo de haber nacido genio” (p.253).
Muchas personas creen que Dalí es admirable a pesar
de su megalomanía y sus locuras, puesto que su obra lo salva. Pero no calibran
que quizá el mundo entero admira esa obra porque Dalí se encargó de llamar la
atención sobre ella, con sus estudiadas boutades. El sello catalán Tusquets,
con la oportuna edición de estas memorias (no surrealistas, no provocadoras, no
infatuadas: simplemente dalinianas), nos ofrece un documento primordial para
conocer a este tótem pictórico del siglo XX.
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