Se ha dicho muchas veces (y es verdad) que los
libros son entidades cambiantes, caleidoscópicas, tan vivas como los seres
humanos que las leen; tomos llenos de prodigios, que en cada relectura que
emprendamos sobre sus páginas nos ofrecerán bellezas distintas, sensaciones
distintas, revelaciones distintas. Lo que El
principito nos dijo a los 15 años no es lo mismo que nos dirá a los 30; y
lo que Rayuela nos entregó a los 30
no es lo mismo que nos deparará a los 50.
En el caso de los volúmenes de aforismos, esta
afirmación es mucho más exacta y más evidente todavía. Las frases que subrayas
en enero pueden ser unas, pero en abril puede que un acontecimiento inesperado
(una muerte, un desamor, una traición, una alegría) cambien tu percepción de
las cosas y sientas mucha más afinidad por otras, desdeñando o matizando las
primeras.
Gracias a mi amigo Pepe Colomer he descubierto el
libro La vida ondulante, del navarro
Ramón Eder (Lumbier, 1952), que reúne tres trabajos aforísticos muy valiosos: Hablando en plata, Ironías y Pompas de jabón, que ahora conforman un
único tomo en la colección “A la mínima”, de Renacimiento. Y estoy seguro de
que, dentro de unos años, si lo releo, retendrán mi interés unas líneas que no
son las que he subrayado ahora. Pero como somos animales sujetos al tiempo y es
absurdo rebelarse contra esa evidencia, anotaré cuáles son las sentencias que
hoy, sin más comentario que su enumeración: “El pasado que no se olvida es el
futuro que nos espera”. “Hay caras que parece que están traducidas”. “Cualquiera
puede hacer profecías, pero muy pocas personas pueden decir qué es lo que está
ocurriendo en el presente”. “Cuando vemos todo negro cometemos el error de ver
las cosas como son”. “Somos inmortales todos los días de nuestra vida, excepto
uno”. “El fin justifica los miedos”. “Se estaba derrumbando y quería convertir
a sus amigos en albañiles”. “No dejes para la otra vida lo que puedas hacer en
esta”. “En la vida sólo podemos echar un grano de arroz en la balanza, pero
podemos elegir el platillo”. “Los filósofos son los hombres del Tiempo”.
“Acariciar purifica las manos”. “Siempre cometemos los mismos errores, lo cual
nos da una especie de extraña coherencia”.
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