A pesar de que esta obra se subtitula “Novela en
forma de cartas”, lo cierto es que solamente llevando a cabo un titánico
esfuerzo de buena voluntad podríamos admitir que pertenece a dicho género.
Tabucchi nos pone sobre aviso en la página 29, afirmando que este libro es un
“vuelo pindárico que no tiene lógica”, y lo subraya poco después con palabras
cristalinas: “Una cosa nada tiene que ver con la otra, ni un trozo de historia
con otro trozo de historia, y todo resulta así, igual que la vida, que no obedece
a rimas” (p.89). Es exacto. Este volumen no tiene (salvo a los efectos del
marketing) densidad ni sentido novelescos. Abundan en él, sí, las ensoñaciones
filosóficas, las intertextualidades o las finas esquirlas de humor; pero no
atesora la honda trabazón unitaria que requiere (no nos engañemos) una novela.
Lo que ocurre es que hoy se vende mucha literatura camuflada bajo ese rótulo,
porque parece que los gustos generales de la masa lectora van por ahí.
Antonio Tabucchi, de todas formas (sus editores
deberían tenerlo en cuenta), no precisa de tales subterfugios. Sobre todo,
cuando redacta textos tan magníficos como Buenas
noticias de casa o tan venenosos como Con
lo bueno que eres. Su escritura es tan eficaz y tan primorosa que no exige
etiquetas vendedoras de pacotilla. Los buenos lectores aplauden la calidad, y
no los marbetes engañadores que la disfrazan.
Y otro aplauso (ya que usamos esa palabra) merece
el traductor, Carlos Gumpert, que consigue un ritmo sintáctico exquisito y que
escribe, para adaptar a nuestro idioma las frases hechas del italiano,
expresiones como “a ojo de buen cubero” (p.17), “en un pispás” (p.38), “no pega
ni con cola” (p.62) u “olía a chamusquina” (p.162), entre otras no menos
peculiares y castizas.
Un libro, pues, que nos sitúa ante el Antonio
Tabucchi menos comercial y más complejo, y que nos demuestra que la mezcla
sabia de poesía, erudición y relato produce, casi siempre, unos resultados
inmejorables.
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