domingo, 21 de febrero de 2016

La agenda negra



Hay escritores que, si se esfuerzan, corrigen y lo intentan con todo su empeño, llegan a expresarse de una forma correcta o tolerable; y hay otros que, galardonados por misteriosas pulsiones que tienen que ver con la cultura o la música, parecen haber nacido con la habilidad de producir magia cada vez que deciden escribir una página, un párrafo, una línea. Entre estos últimos figura Manuel Moyano (Córdoba, 1963), que ha entregado al mundo de los libros, en los pocos años que lleva publicándolos, piezas de gran envergadura estilística, que lo han hecho merecedor de reconocimientos como el premio Tristana, el Tigre Juan o el accésit del Herralde.
Ahora, de la mano de la editorial asturiana Pez de Plata, pone en nuestras manos una novela que podríamos calificar de negra, pero también (sin riesgo de mentir) de psicológica y hasta de sociológica. En ella, Ulises Roma, un hombre ya mayor que ha visto morir a su esposa en un accidente de coche ocasionado por un conductor desidioso o temerario, recibe la visita de unos enigmáticos personajes que le proponen incorporarse a una organización que busca obtener justicia por conductos no excesivamente ortodoxos y que se basa en el antiguo código de Hammurabi. Al principio, como es lógico, el anciano interpreta que se trata de una chifladura de mal gusto, pero un día se encuentra secuestrado en una casa cuya ubicación ignora y, en pleno desconcierto, ponen en su mano una pistola y colocan frente a él a un muchacho tembloroso. Es, le dicen, el hombre que mató a su esposa. Ha llegado su oportunidad para ajustar cuentas con alguien a quien la Justicia oficial trató (y él lo sabe) con demasiada indulgencia.
Con una endiablada sagacidad, Manuel Moyano adentra su mirada en la zona oscura de todos los seres humanos, allá donde burbujea ese légamo que no deseamos que emerja a la luz, pero que resulta innegable. ¿Qué haríamos cada uno de nosotros en una situación similar? ¿Qué haríamos si, azotados por un dolor insoportable, colocasen ante nosotros a la persona que lo ha causado y nos dijeran que se encuentra a nuestra merced, que somos dueños de su vida y que no hay posibilidad de ser descubiertos o acusados de crimen alguno? ¿Resistiríamos el impulso de matar, basándonos en supuestos éticos o morales… o nos abandonaríamos a la adrenalínica tentación de la venganza?
Escrita con una brillantez mesetaria, La agenda negra se erige en una de las fabulaciones más inquietantes, seductoras e incómodas que he leído en mucho tiempo. Además, cuenta con dos capítulos finales antológicos: el 32 (donde tenemos la oportunidad de conocer a la víctima más demencial del doctor Gilabert, responsable de este proyecto de justicia) y el 33 (que nos inocula el virus de la duda acerca del auténtico final de su organización).

Si no han tenido aún la oportunidad de leer a Manuel Moyano, dense el placer de conocer a uno de los estilistas más completos del panorama nacional. Y si ya han disfrutado con volúmenes anteriores debidos a su pluma, reincidan: saldrán más que satisfechos.

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