El
tema musical Karma Chameleon, del grupo Culture Club, habla en una de
sus estrofas de la dificultad de vender eficazmente una contradicción; y esa
tonada es la que se escucha, según nos acota Ignacio Amestoy, durante varios
momentos claves de su drama Un Borbón en el desierto, cuya figura
central es el monarca Juan Carlos I, al que su esposa Sofía llama “¡Mi
camaleón! Dorado, rojo y verde” (que son palabras que, no casualmente,
pertenecen a la misma canción, cantada por Boy George). No será necesario, me
parece, insistir en el significado de este juego: el niño Juan Carlos, colocado
por su padre en manos del dictador Franco y adiestrado en los turbios
mecanismos del Poder, va descubriendo la forma en que puede hacerlos suyos,
merced a un habilidoso ejercicio de mentiras, alianzas, estrategias y
paciencias. De ahí que el dramaturgo vasco utilice también para construir la
estructura de la obra teatral el mundo del circo (con su despliegue de acróbatas,
trapecistas y malabaristas) y varias escenas de Esperando a Godot, de
Samuel Beckett. ¿Qué representa históricamente la figura de Juan Carlos I sino
la de un acróbata, un trapecista, un malabarista y un ser paciente?
Traicionar
al padre, matar al hermano, engañar al país con sus negocios sucios, disponer
de un escuadrón de amantes (los nombres de Ágata Lys, Queca Campillo, Bárbara
Rey, Marta Gayá o Corinna Larsen son mencionados sin cortapisas), cobrar bochornosas
comisiones por negocios petrolíferos con Arabia Saudí, fomentar transacciones
económicas en paraísos fiscales, involucrarse en cacerías de elefantes o ser,
él mismo, un presunto elefante blanco son solamente algunos de los ingredientes
del explosivo cóctel que Amestoy convierte en una reveladora pieza dramática,
que culmina la tetralogía “Todo por la Corona”, donde también se incluyen ¡Adiós,
Borbón! (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/08/adios-borbon.html)
o El Borbón rojo (https://rubencastillo.blogspot.com/2024/09/el-borbon-rojo.html).
Muy recomendable para conocer los entresijos de la España en que hemos vivido durante las últimas décadas, sin los maquillajes del disimulo y el servilismo.
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