miércoles, 18 de septiembre de 2024

Las pequeñas memorias


No me adentré en las páginas de Las pequeñas memorias, de José Saramago (que traduce Pilar del Río al castellano), para descubrir prodigios increíbles de su infancia. Imaginé que, como todas las infancias, la suya estuvo poblada por una serie de personajes, una serie de anécdotas y una serie de lugares que, alejados de cualquier importancia general, quedarían revestidos con los ropajes melancólicos de la añoranza. Y así sucede, en efecto, en estas breves ciento cincuenta páginas. Vemos al niño pobre que nació en Azinhaga, muy cerca del río Almonda, en una zona de olivos centenarios que ahora han sido arrancados para que pueda plantarse maíz híbrido. Vemos cómo se subía a las higueras para comer sus frutos; conducía cerdos a la feria; atravesaba largas extensiones de tierra requemada por el sol para ver a una chica que le gustaba; sentía un profundo temor por los perros (y una elevada fascinación por los caballos); observaba a su tío Francisco Dinís, que estuvo a punto de disparar por celos a su mujer; se cruzaba con una vecina con los pies muy grandes a la que apodaban “La Pezuda”; tuvo pequeños escarceos amorosos con niñas del barrio; sentía preferencia por los abuelos maternos sobre los paternos; dormía en el suelo de la vivienda que tuvieron en la calle Heróis de Quionga y sentía cómo las cucarachas corrían por encima de su cuerpo; se hizo un corte en un dedo con la navaja mientras tallaba un corcho; era aficionado a la pesca (“No creo que exista en el mundo un silencio más profundo que el silencio del agua”, nos dice)… Nada extraordinario, desde luego, pero “para aquel chico melancólico, para el adolescente contemplativo y tan frecuentemente triste”, aquel mundo era el único posible. Y nosotros, leyendo las hojas donde consigna su memoria infantil, vamos moviéndonos entre la sonrisa, la tristeza, el asombro y la compasión. Sobre todo, cuando nos explica que en el Día del Juicio Final su condenación puede hacerse efectiva por culpa de una mazorca de maíz.

Un libro delicado, sencillo y de agradable lectura, que se completa con casi una veintena de fotografías antiguas. 

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