domingo, 8 de septiembre de 2024

Te lo diré en breve

 


En las primeras líneas del prólogo (o pórtico) con el que Vicente Cervera Salinas bautiza este libro de Zaida Sánchez Terrer llama la atención sobre una fórmula que utiliza la propia autora: la “breve completud” de sus aforismos. Es decir, la condensación extrema, quintaesenciada, casi gracianesca, con la que briega la escritora para alcanzar, con la menor cantidad de palabras posible, el mayor y más pleno de los mensajes. Trescientas ochenta y nueve veces consigue hacerlo en el volumen Te lo diré en breve, que publica la editorial MurciaLibro en formato bilingüe (de las traducciones al inglés se encargan Lara Carrión Borgoñós y James W.R. Rudd). Y ese caudal de inteligencia, precisión y belleza (que el poeta Vicente Cervera consigue vertebrar en su prólogo mediante una taxonomía excelente) nos embriaga de principio a fin, proporcionándonos un variadísimo caudal de felicidades: miradas hacia el pasado, por las que no debemos dejarnos embaucar (“En los recuerdos hallamos las ilusiones; en el espejo, las arrugas”); perspicaces observaciones de orden psicológico (“La noche es el mejor caldo de cultivo para multiplicar las preocupaciones”); emotivas confidencias personales, que muchos y muchas nos atreveríamos a suscribir (“Cuando pienso en mi madre, le agradezco la vida. Cuando pienso en la vida, le agradezco a mi madre”); ambiguas declaraciones, que podrían leerse de varias formas y en varios contextos (“Qué difícil levantarse cada día cuando despiertas en el infierno”); agudas definiciones sentimentales (“La alquimia en el amor se produce después de muchos años de laboratorio”) y cronológicas (“Los abuelos nos recuerdan a los niños que fuimos. Ya no estamos aquí, ni ellos ni nosotros”); asertos donde consigue mezclar humor, política, literatura y religión (“Qué poco se equivocaron Marx y Verne, así en la tierra como en el cielo”); consignas que todos los amantes de la literatura aplaudimos con una sonrisa feliz (“Mis libros favoritos no están en los estantes, están en mi interior”); definiciones tristes (“Los asilos son las terminales para coger el último vuelo”), gozosamente libertarias (“Las mujeres que se asomaban antes a las ventanas ahora están en las calles”) o montessóricas (“Los niños inquietos no necesitan medicación, necesitan árboles”); o, entre otras mil joyerías, algunos dibujos verbales que hubiera firmado con deleite Ramón Gómez de la Serna (“El reloj de arena es un desierto vertical”).

Magnífico trabajo, que se puede abrir por cualquier página y que siempre pasma con el certero filo de la exactitud. Búsquenlo.

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